La Ciudad de México (antigua Tenochtitlan) ha sido desde tiempos prehispánicos y hasta la actualidad un centro rector importante en múltiples sentidos: lo fue a nivel regional para la parte central de Mesoamérica, principalmente durante el esplendor del imperio mexica, y ahora lo es para la República Mexicana. Muchos de los movimientos sociales, políticos y en general de pensamiento crítico y progresista que han definido el rumbo de nuestra historia, se han gestado en la capital, y algunos originados en diferentes lugares del país han pasado por nuestra urbe o han llegado y culminado en ella. Otros más han nacido y muerto entre sus calles y plazas públicas sin dejar más huella que la memoria de sus participantes.
Estos movimientos han sido fundamentales en la evolución histórica, sociopolítica y del pensamiento de la Ciudad de México y del país. Por ejemplo, del Virreinato tenemos una revuelta conocida gracias al excelente registro que de ese suceso nos dejó don Carlos de Sigüenza y Góngora en su crónica del motín sucedido en 1692 (Alboroto y motín de México del 8 de junio de 1692, edición anotada por Irving A Leonard, Talleres Gráficos del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, México, 1932). Don Carlos registró la gran variedad de personas de la Ciudad y también consignó la inconformidad de la época registrada en las calles y de las voces de la gente durante el motín, que más allá de los enfrentamientos con las autoridades, los destrozos y los incendios causados, refleja el nacimiento de una ideología progresista a finales del siglo XVII, opuesta a las autoridades virreinales, y aunque en ciernes, crecería y se extendería a los lugares más lejanos de la llamada Nueva España, y que poco más de 1 siglo después sería el motor del movimiento de Independencia de 1810. Pensamiento de progreso y libertad que sin duda ha sido uno de los que más han influido en la definición de lo que somos ahora.
Desde ese lejano motín y hasta la fecha, la Ciudad de México ha mantenido latente un pensamiento progresista y crítico, que se ha manifestado en diversas revueltas y acciones. Después de la consumación de la Independencia en 1821, fueron varios los eventos en los que la ciudadanía capitalina participó manifestándose en las calles. De éstos rescato las protestas del 27 de agosto, 14,15 y 16 de septiembre de 1847, al inicio de la ocupación de más de 9 meses de la Ciudad por las tropas estadunidenses durante la guerra de 1846-1848 (para abundar en la guerra contra Estados Unidos: Jorge Belarmino, Cuestión de sangre, editorial Planeta, México, 2008). Así, ante una primera incursión de un convoy estadunidense el 27 de agosto, para hacerse de víveres, los capitalinos reaccionaron y los atacaron con piedras desde las azoteas. Lograron de este modo la retirada de los invasores.
Lo que Santa Anna no previó fue que las protestas se harían extensivas a él y que de entre la multitud enardecida se elevarían gritos como “¡muera el cojo traidor!” (Carlos Reyes Tosqui, Historia de los grupos populares de la Ciudad de México durante la ocupación norteamericana [sic] de 1847-1848, tesis de maestría, Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa, 2009, páginas 104-123). Las protestas de mediados de septiembre fueron más encarnizadas y participó un grupo mayor de la población. Ante la indefensión en que los había dejado el gobierno mexicano y, con pocas armas y parque para combatir, recurrirían nuevamente a piedras, palos y todo aquello que les sirviera de proyectil para hacer frente al ejército invasor en la mayoría de los barrios de la Ciudad. De igual forma que en la protesta del 27 de agosto la ira de la ciudadanía se haría extensiva al gobierno mexicano (Luis Fernando Granados, Sueñan las piedras, alzamiento ocurrido en la Ciudad de México, 14,15 y 16 de septiembre de 1847, editorial Era, Instituto Nacional de Antropología e Historia –Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2003). ¿Y cómo no los capitalinos iban a protestar contra el gobierno mexicano si a lo largo del siglo XIX la inestabilidad política y el estallido de conflictos sociales habían sido una constante, y la población había sido sometida a una marginación mayor y a un incremento de la pobreza? Lo interesante de las protestas que reseño es que los capitalinos se unieron con un propósito, mostrar su descontento contra los españoles primero, y después contra los estadunidenses, pero en ambos casos contra el mal gobierno; un ejemplo más del pensamiento crítico, progresista y libertario que a través del tiempo se ha gestado en nuestra Ciudad.
Desde la guerra contra Estados Unidos, la Ciudad de México ha presenciado gran cantidad de movimientos sociales, aunados la mayoría a conflictos mayores, como la Guerra de Reforma, otros contra el régimen autoritario de Porfirio Díaz, y en el siglo pasado innumerables revueltas y manifestaciones durante la Revolución Mexicana. Una vez consumada dicha Revolución se estableció el gobierno del general Lázaro Cárdenas, a mi parecer uno de los más progresistas que hemos tenido, y entonces nuestra urbe fue testigo de un nacionalismo que buscaba el impulso de la sociedad al considerar a las clases más bajas. Lamentablemente, con los subsecuentes gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), el pensamiento progresista se fue desdibujando hasta desembocar en las matanzas de los estudiantes del 2 de octubre de 1968 a manos del Ejército, ordenada por el entonces presidente constitucional Gustavo Díaz Ordaz, y la del Jueves de Corpus del 10 de junio de 1971 por el grupo paramilitar Los Halcones, de Luis Echeverría (Daniel Cosío Villegas et al, Historia Mínima de México, El Colegio de México, México, 1994). De entonces y hasta la llegada del Partido Acción Nacional (PAN) al gobierno federal en 2000 se han vivido momentos de represión brutal sobre cualquier movimiento contrario a las políticas del partido gobernante.
En el interior del país, la guerra de baja intensidad contra los movimientos guerrilleros en la década de 1970 causó innumerables muertes y desapariciones, y en la capital la represión a los diferentes movimientos sindicalistas y de trabajadores fue un asunto cotidiano. No quiero ni acaso sugerir que con los gobiernos panistas la represión disminuyó, al contrario, se intensificó y tomó tintes oficialistas con las amplias permisiones que el Poder Ejecutivo ha dado a las Fuerzas Armadas y a los cuerpos policiacos, pero estas represiones se han mantenido fuera de la capital, en parte por la llegada de la izquierda al gobierno del Distrito Federal.
El pensamiento crítico tuvo un respiro con la llegada de Cuauhtémoc Cárdenas y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) al gobierno de la capital en 1997: con el arribo de la izquierda, los grupos opositores comenzaron a obtener más voz y espacios para manifestarse y las represiones disminuyeron. Los subsecuentes gobiernos perredistas de Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard mantuvieron cierto respeto por las voces disidentes, aunque eso no quiere decir que no ejercieran alguna represión menor sobre los detractores a sus políticas, pero no se han visto matanzas o brutales represiones sobre manifestantes de cualquier índole en la capital, a diferencia de los sucedidos desde la década de 1990 y hasta la actualidad en el interior del país.
Recuérdese la matanza en Aguas Blancas, Guerrero, a manos del gobernador Rubén Figueroa en 1995; en 1997, la matanza en Acteal, Chiapas, cuando gobernaba Julio César Ruiz; la represión en San Salvador Atenco, Estado de México, ejecutada por el entonces gobernador Enrique Peña Nieto, en 2006; o más recientemente, en 2011, los asesinatos de los normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, bajo el gobierno de Ángel Aguirre Rivero; y en 2012, la bestial represión a los estudiantes en Morelia, Michoacán, orquestada por Fausto Vallejo. Los crímenes anteriores se han dado bajo gobiernos estatales del PRI, a excepción del de Aguirre Rivero, que se convirtió en gobernador de Guerrero bajo el cobijo del PRD después de abandonar las filas priístas. Estos sólo son algunos de los casos más notorios que hemos vivido.
En tanto que en la capital del país se gestaron los movimientos sociales apartidistas más fuertes de los últimos tiempos, como el del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), tras la desaparición de Luz y Fuerza del Centro decretada por Calderón en 2009 y el movimiento estudiantil Yo Soy 132, que nació en la Universidad Iberoamericana hace apenas unos meses, por mencionar dos de los más recientes.
En referencia al movimiento de los estudiantes (Flor Goche, “Yo Soy 132, movimiento del siglo XXI”, Contralínea, 301 http://contralinea.com.mx/2012/09/11/yo-soy-132-movimiento-del-siglo-xxi/, 9 de septiembre de 2012), en lo esencial fue respetado en su derecho a la manifestación en el Distrito Federal, lo que no sucedió en al menos 15 entidades gobernadas por priístas, en las que la represión de los gobiernos estatales se dio a través de sus cuerpos policiacos y grupos de choque, donde los estudiantes fueron acosados, golpeados y en algunos casos encarcelados, principalmente en Chihuahua y en el Estado de México (Santiago Sigartúa, “Yo soy 132: crece la bola de nieve…”, Proceso, 1861, 2 de julio de 2012).
Actualmente el Distrito Federal es a nivel nacional el mayor baluarte de pensamiento crítico y progresista, donde se dan gran cantidad de manifestaciones contra todo tipo de gobierno, ya sea panista, perredista o priísta. En ese sentido y con el regreso del PRI a Los Pinos y con el represor Peña Nieto a la cabeza, el nuevo jefe de gobierno de la capital, Miguel Ángel Mancera, su equipo y la sociedad, debemos estar muy atentos para evitar cualquier intento de desestabilización social o de represión emanado desde el gobierno federal. No es descabellado pensar que los priístas echarán mano de grupos de choque y hasta de criminales, pues bien sabemos de la larga tradición de negociación que con ellos han tenido.
Hace unos meses, entre el 4 y 6 de septiembre, tuvimos una pequeña muestra de un intento de desestabilización social a partir de la dispersión de rumores sobre brotes de violencia en la zona Oriente del Estado de México, principalmente en los municipios de Nezahualcóyotl, Chimalhuacán y Valle de Chalco, que incluso afectó a las delegaciones Iztapalapa y Tláhuac (Gloria Díaz, “El rumor: nueva arma del crimen”, Proceso, 1872, 16 de septiembre de 2012). La lectura de estos sucesos y de la gran corrupción e injerencia de los grupos criminales en el territorio mexiquense, sugiere la participación de las elites gobernantes de la entidad, que pueden buscar instalar una mayor presencia policiaca e incluso del Ejército con el pretexto de dar seguridad a la población, pero que su fin sería la represión de movimientos críticos. El PRI ya sabe lo que es perder el gobierno federal y con ello el acceso al poder casi absoluto y al enriquecimiento ilícito con la cuchara más grande. Una vez retomada la silla presidencial buscarán a toda costa debilitar a los grupos progresistas y críticos del país, y sobre todo a los del Distrito Federal, pues de esta entidad emana el pensamiento más contrario a las políticas de los priístas.
La Ciudad de los palacios ha sido y es bastión fundamental de las ideologías más libertarias. No es coincidencia que en tiempos de don Sigüenza y Góngora, durante la ocupación estadunidense, en 1968, y en los días que ahora vivimos, sea la Ciudad de México el lugar donde se gesta, desarrolla y vive el pensamiento más progresista y crítico de nuestro país. Un verdadero peligro para los gobiernos priístas que se han olvidado de ser nacionalistas y democráticos, que han robado, asesinado, reprimido y prohijado a niveles inconcebibles la corrupción. Conservemos el pensamiento crítico y progresista, incluso sobre los gobernantes capitalinos de izquierda, así como nuestro derecho a la manifestación pública y a la libertad de expresión, pues sólo así mantendremos e impulsaremos a otras latitudes una oposición a la avasalladora ola de corrupción y represión que inunda nuestro territorio y que sin duda se verá incrementada con el regreso del PRI al gobierno federal.
*Maestro en ciencias, arqueólogo subacuático, diseñador gráfico e integrante del taller Madre Crónica.
Fuente: Contralínea 314 / Diciembre de 2012