Salud mental de Trump y líderes políticos, tema de seguridad nacional

Salud mental de Trump y líderes políticos, tema de seguridad nacional

La salud mental de los gobernantes es un tema de altísima importancia sociopolítica: una problemática casi tabú, casi impensable en términos prácticos en México
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A la luz de cómo Donald Trump ejerce el poder en Estados Unidos, con un predominio de decisiones erráticas y narcisistas, es imperioso reflexionar acerca de la necesidad de que los líderes políticos, en especial los jefes y jefas de Estado, sean evaluados en su salud mental. No sólo porque es un tema de salud pública, sino sobre todo porque es un asunto de seguridad nacional: sus decisiones afectan pueblos completos o, incluso, a todo el planeta

La salud mental de los gobernantes es un tema de altísima importancia sociopolítica: una problemática casi tabú, casi impensable en términos prácticos en México, y ante cuya ausencia en términos científicos priva la diatriba, la insensatez, la tendenciosidad política más enfermiza y la grilla barata. Aquí ofrecemos una mirada desde la ciencia y la sociología política sobre un tema escabroso que, a la luz de la experiencia y la lucha que se libra desde hace años en torno a la salud mental del presidente Donald Trump, resulta relevante e indispensable de abordar, sin dejar de pensar en la propia salud mental de nuestros presidentes de la República y otros muy destacados líderes políticos.

Tener un jefe de Estado en nuestro vecino país, que ha sido severamente cuestionado en su salud mental por la propia comunidad (o una parte muy representativa) de los psiquiatras estadunidenses, y con tanto poder depositado en su encargo público, llama por supuesto, poderosamente la atención y debe ser materia de investigación periodística.

La presidenta de México fue clara y puntal: al presidente Donald Trump se le debe respetar porque es el presidente de Estados Unidos y fue electo por la mayoría de los ciudadanos de ese país. Indiscutible planteamiento. Aquí presentamos una serie de criterios que sobre él se publicaron en su propio país sobre su comportamiento y perfil psiquiátrico, los comentamos y valoramos de frente a las problemáticas de nuestra relación bilateral.

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Es totalmente indisputable que la clase política en los distintos países es poseedora de las más diversas patologías mentales, de trastornos en la personalidad, que pueden ser revelados con precisión en un estudio serio con recursos científicos de perfil psiquiátrico o, en algunas casos, puede haber afectaciones neuropsiquiátricas diversas, y nunca se conocen, no se le asigna a tal temática ningún nivel de importancia y ello es una enorme falla, no de comunicación con la sociedad, o con los votantes, sino de salud pública al interior de los espacios de gobierno, si se quiere, de las instituciones de la República y en la relación gobernantes-gobernados en términos de un ejercicio sano del poder público.

La hipótesis que se plantea es que se trata de una problemática de seguridad nacional, no considerada en la agenda de riesgos o amenazas clásicas ni tampoco de las emergentes para la seguridad nacional. Un gobernante máximo con afectaciones en su salud mental al frente del Estado y conduciendo una nación y tomando decisiones para 120 millones de personas –en el caso de México, por ejemplo– no puede ser un tema sólo de salud pública, aunque efectivamente lo sea. La conceptualización debe ir más allá.

Solamente como un tema de salud pública sería el caso de millones de ciudadanos comunes, pero no el de un jefe de Estado, principalmente, o de algún otro personaje del primer círculo de poder, lo cual hace que el tema trascienda más allá de tales confines. Nunca ha estado presente en la mesa de las discusiones y reflexiones nacionales un tema de esta naturaleza, mucho menos en una dimensión estrictamente científica, como debe ser, sin acciones u opiniones tendenciosas o calumniosas. La publicación de estudios de perfil psiquiátrico realizados al presidente de EU y que han sido dados a conocer en medios de prensa de dimensión internacional y comentados en medios electrónicos, considero ofrecen la posibilidad de tomar el tema en México y hacer un planteamiento serio de importancia axial para la seguridad nacional.

En el periódico The New York Times (traducido por El Universal en México) publicaron el resultado de un estudio de perfil psiquiátrico al presidente en funciones Donald Trump; son un colectivo de 235 profesionales estadunidenses de la psiquiatría quienes mencionan que el mandatario expresa una sintomatología relativa a un padecimiento llamado “trastorno de personalidad narcisismo-maligno”, lo que afecta sus funciones públicas y se convierte en un padecimiento “totalmente inadecuado para el liderazgo”.

Este estudio se realizó tres meses antes (octubre de 2024) de que Donald Trump tomará posesión del cargo por segunda ocasión, pero adquiere plena validez a la luz de la forma concreta y específica en que ha venido ejerciendo el poder desde el 21 de enero de 2025, cuya actuación parece sugerir el predominio de una visión errática de sus propias decisiones de gobierno. Pero puedo asegurar que en México podemos haber tenido algunos titulares del Poder Ejecutivo federal en un estado mental más errático y narcisista, pero sin diagnosticar.

Y al respecto, los psiquiatras detallan su diagnóstico: “Debido a su sadismo, los narcisistas malignos suelen obtener placer al infligir sufrimiento a los demás porque no toman en cuenta las emociones y el bienestar de otras personas, especialmente de sus supuestos enemigos. Por ejemplo, según relatos de primera mano, Trump vio durante tres horas por televisión la violencia que desató el 6 de enero con alegría, y volvió a mirar sus partes favoritas “una y otra vez” en “rebobinado”. Se refieren al asalto al Capitolio atribuido a él al final de su primer mandato presidencial.

Abundan: “como profesionales de la salud mental, tenemos el deber ético de advertir al público que Donald Trump es una amenaza existencial para la democracia. Sus síntomas de trastorno de personalidad grave e intratable (narcisismo maligno) lo hacen mentiroso, destructivo, engañoso y peligroso. Es totalmente inadecuado para el liderazgo, (…) los detractores objetan que los profesionales de la salud mental no podemos emitir un diagnóstico de ese tipo sin examinar primero al paciente, y citan la ‘regla de Goldwater’. Creemos que tenemos el deber ético primordial de advertir al público del peligro que representa este individuo. La historia nos ha enseñado que, en tales circunstancias, no decir nada nunca es la opción más ética” [las negrillas son del texto original traducido].

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Hace casi un año (los días 25 y 29 de abril de 2024), en dos columnas periodísticas, diserté sobre la imperiosa necesidad de que el estudio de perfil psiquiátrico a los altos líderes políticos (sería inviable aplicarlo a todos), sean una realidad normativa, por ejemplo, a los titulares del Poder Ejecutivo, estatal y federal en México, y apoyé mis opiniones en especialistas internacionales. El objetivo es que se conozca su situación psiquiátrica en vísperas de acceder al poder y tomar decisiones y desarrollar conductas que afectan a millones de personas, para bien y para mal. Hubo también un intento de discutir una iniciativa de ley en Cámara de Diputados hace 4 años, pero el tema es que debe tener un enfoque estricta y rigurosamente científico, sin “dedicatorias” ni enfoques ideologizados ni tendenciosos; eso no sirve, no es útil en tratándose de esta materia psiquiátrica. Es algo muy serio.

Para el caso mexicano, en la empresa privada en términos de habilidades gerenciales y personalidad directiva, y en la administración pública general en materia de inteligencia y seguridad, se aplican exámenes de perfil psicológico a los aspirantes a ingresar a una empresa o institución, como parte de su plantilla laboral, no es posible que no se piense seriamente en someter a algún tipo de estudios de esta naturaleza a los altos políticos mexicanos, que algunos de ellos ya han manifestado tipos de personalidad que aunque no siendo clínico, se aprecian conductas no propiamente usualmente normales. Los desplantes autoritarios y el narcisismo, o las adicciones femeninas, son manifestaciones atendibles desde la psiquiatría. Dicho sin tapujos.

¿Qué lleva a un alto funcionario titular de Poder Ejecutivo o a un jefe de Estado a pactar una alianza con criminales tremendamente violentos, despiadados, que manejan cantidades colosales de dinero, y les reparten a ellos cantidades significativas del mismo, con absoluta conciencia de su origen hiper delictivo? De igual manera, ¿qué lleva a un político de alto nivel jerárquico a usar criminalmente su alto encargo para eliminar rivales en la lucha por el poder? ¿Qué concepción realmente hay en el fondo sobre el uso y abuso del poder? En las respuestas científicamente construidas tiene que haber algo más que la ambición económica o el miedo a morir asesinado, individualmente o con sus familiares o colaboradores, o una visión enfermiza o de megalomanía patológica sobre el poder.

Un estudio de perfil psiquiátrico rigurosamente aplicado en lo científico, sin motivaciones políticas o ideológicas, necesariamente debe arrojar luz sobre estas interrogantes, para cuyo cometido, las ciencias (sociología, ciencia política, derecho, criminología) tienen limitaciones, o respuestas parciales por no ser su campo de estudio.

Los psiquiatras estadunidenses defienden su diagnóstico del presidente Trump sobre la base de dos premisas: a) es válido un diagnóstico basado en “criterios de conductas observables”; y b) desde la adopción de la “regla Goldwater”, el campo psiquiátrico ha modernizado su sistema de diagnóstico del DSM V (Manual Diagnóstico Estadístico) de la Asociación Estadunidense de Psiquiatría. Aplicado dicho criterio de diagnóstico al caso del presidente de los EUA, sostienen: durante muchos años, todos hemos observado miles de horas de la conducta de Trump, reforzada por las observaciones de docenas de personas que han interactuado con él personalmente. Utilizando el DSM V, es fácil ver que Trump cumple con los criterios de conducta del trastorno de personalidad antisocial. Incluso un no clínico puede ver que Trump muestra un patrón de vida de ‘incumplimiento de las normas y leyes sociales’, ‘mentiras reiteradas’, ‘desprecio temerario por la seguridad de los demás’, ‘irritabilidad’, ‘impulsividad’, ‘irresponsabilidad’ y ‘falta de remordimiento’” (ídem, El Universal).

En consecuencia, los profesionales de la psiquiatría en EU concluyen que: las personas que padecen enfermedades mentales no tienen más probabilidades de ser peligrosas que la población en general. El narcisismo maligno es la excepción más rara”. La advertencia profesional unos días antes de la elección, fue desoída precisamente porque se consideró como un intento para descalificar al candidato en vísperas de la elección, se la pensó como un ejercicio tendencioso y manipulador. Por ello decimos que debe ser practicado una vez que se haya resuelto el proceso electoral, antes de entrar al ejercicio del cargo, y que incluso puede haber la posibilidad de entrar a un tratamiento de orden psiquiátrico, si no es demasiado grave. En tal caso tiene que haber una normativa constitucional de salida, que debía ser el tratamiento especializado o una suspensión temporal en sus funciones –no necesariamente la destitución–, que violentaría el proceso electivo soberano.

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Finalmente, las alteraciones severas de la personalidad afectan la conducta y las acciones que, los individuos que las padecen, realizan en su ecosistema socio-personal, la toma de decisiones, expresan percepciones alteradas de la realidad, no son precisamente poca cosa, tampoco necesariamente motivo de alarma, eso lo determinan los especialistas mediante los análisis científicos pertinentes.

No olvidar que en Perú uno de los argumentos manipuladores, tendenciosos y facciosamente esgrimidos para destituir al presidente constitucional Pedro Castillo fue el de “incapacidad mental para gobernar”. Luego, su defensa jurídica reveló que había sido drogado para presentarlo con una mente nublada y sin coherencia. Al no haber un diagnóstico científico, resultó una vil patraña golpista. Esto, así planteado, es inadmisible e intolerable. No hablamos de nada, ni lejanamente parecido. Hablamos de la acción de los científicos.

En un análisis más reciente –dado a conocer en un programa de la televisión española, interesante porque estamos ya con un personaje en funciones–, el psiquiatra forense José Carlos Fuertes opinó respecto al presidente Trump: “él tiene rasgos narcisistas y psicopáticos de personalidad, por lo que actúa, por lo que dice y por cómo se manifiesta”. Además, indicó que le sorprende mucho que “un personaje de estas características sea realmente tan poderoso y llegue a tener la capacidad de daño que tiene, y que esto no se haya contrapesado con otras medidas. Si es lo que aparenta, estamos ante un sujeto realmente complejo y peligroso” (Más Vale Tarde, 10 de abril de 2025).

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La presentadora Cristina Pardo mostró al especialista algunos episodios que le sorprendieron de la personalidad del presidente de EU, particularmente se refirió al comportamiento tan errático que tiene: “si fuera Joe Biden el que lo estuviera protagonizando, todos estaríamos diciendo que es fruto de su edad o de demencia, y en cambio, de este señor, lo tenemos que asumir como algo natural”. Y agregó el psiquiatra forense: “le hemos puesto ya la etiqueta de narcisista y él ha hinchado esa etiqueta, le ha hecho mucho más recia y además se jacta de ello. Él desprecia a algunas personas, es racista y tiene algunas conductas con las mujeres que son deplorables”, lo que expresa ya “un deterioro cognitivo” (las cursivas son del texto original).

Termina diciendo el especialista en psiquiatría forense: “no me acabo de creer que estemos ante una demencia, no puedo aceptar ese diagnóstico, ni siquiera como presunción, aunque hay ratos en que inducen a pensarlo”. Una conclusión severa. Recomendamos ver el video para escuchar el análisis completo (https://www.lasexta.com/noticias/internacional/psiquiatra-forense-analiza-perfil-donald-trump).

Para confrontar estas opiniones, la Casa Blanca emitió un boletín de prensa en el que aseguró que el presidente Trump se encuentra “en perfectas condiciones para ejercer sus funciones”. Según comunicó el médico de la Casa Blanca, Sean Barbarella, en el informe del examen médico anual al mandatario de EU, el diagnóstico puntual fue: “el presidente Trump se mantiene en excelente estado de salud, mostrando unas funciones cardiacas, pulmonar, neurológica y físicas en general robustas”. A los  casi 79 años, y luego del examen neurológico practicado, el cual “no reveló anomalías en su estado mental”, agregando “su buen estilo de vida” y hasta sus “victorias en el golf”.

Trump afirma no beber alcohol ni fumar, como se menciona en el informe, y dice que duerme unas cinco horas cada día. A la vez, es bien conocida su afición a la comida rápida y que cuenta con una dieta rica en refrescos, carnes rojas y helados. Pero igualmente por ello, se señala que ha recibido tratamiento “por colesterol alto, daños en la piel, debido a una exposición frecuente al sol, y alergias estacionales”, entre otros datos de salud de importancia menor (Diario ABC, 13 de abril de 2025).

Aunque en la nota periodística referida, se recuerda también un hecho sobresaliente a este respecto: “que uno de sus doctores personales dijera en 2018 que años antes –como candidato presidencial– Trump le había dictado qué poner en el reporte, donde finalmente apareció que sería la persona más saludable jamás elegida para la Presidencia”. Revelación altamente polémica que expresa que este tema de la salud mental del actual presidente es una gran inquietud y tema que se ha abordado desde entonces en términos igualmente polémicos que los de hoy, ha sido una constante en los medios de información diversos, es un tema que inquieta, que preocupa y que ocupa a los más diversos analistas y no necesariamente partidistas.

Precisamente, el presidente Donald Trump desde su primer mandato es un líder político de talla mundial cuyos atributos, características, estilos de comunicar y dirigir, etc. son altamente controversiales, y más, generadores de riesgos, amenazas, guerra psicológica, construcciones ideológicas, que desestabilizan el medio nacional, regional y global:

“En el vasto escenario de la política contemporánea, pocas figuras han generado tanta fascinación y repulsión como Donald Trump. Su nombre genera un torbellino de emociones que van desde la admiración más ferviente hasta el desprecio más visceral. Esta dualidad no es casual; es el resultado de un fenómeno psico político que va más allá de sus políticas o declaraciones: la capacidad de Trump para convertirse en un símbolo cargado de significados emocionales (El Informador, 26 de junio de 2025).

La dualidad mencionada considero que no es propiamente tal, es una sola estructura de personalidad y de intereses sociales que se defienden, no es que él polarice por su personalidad, lo que se bifurcan y se enfrentan son los intereses sociales que él ataca y a los que favorece. De allí que unos grupos sociales lo aborrezcan y otros lo adoren, no es la personalidad psiquiátrica o psicológica, sino que confronta a quien desde su concepción socio política no representa sus intereses y quién no es afín a su estructura social e ideológica y cultural. Y debido a que  favorece a los que debe favorecer. Ella genera un torbellino en derredor.

El estudio de perfil psiquiátrico ayuda mucho para determinar de qué forma, con qué métodos y procedimientos y hasta qué limites puede llegar en la defensa de los intereses socio económicos y político-ideológicos que defiende, promueve y concreta en la lucha política nacional-global. A esto me referí al principio de este ensayo al decir que desarrollaría una mirada desde la ciencia y la sociología política al perfil psiquiátrico de los gobernantes, y en este caso, poniendo como ejemplo la fuerte polémica en torno a Donald Trump.

Otro estudio que fue conocido desde 2017 de un grupo de psiquiatras, dado a conocer en una carta enviada al New York Times, arrojó las siguientes opiniones especializadas: a) destaca el diagnóstico: “ grave inestabilidad emocional”, dice el grupo de 35 psiquiatras encabezados por el especialista en adicciones, Lance M. Dodes, integrante de la Sociedad e Instituto Psicoanalítico de Boston y antiguo profesor de psiquiatría en la Escuela de Medicina de Harvard; b) “el discurso y las acciones del señor Trump demuestran una incapacidad para tolerar opiniones diferentes de las suyas, lo que le lleva a reacciones de rabia. Sus palabras y conductas sugieren una profunda incapacidad para sentir empatía. Los individuos con estos rasgos distorsionan la realidad para adaptarla a su estado psicológico, atacando a los hechos y a quienes los transmiten”; c) “En un líder poderoso, es probable que estos ataques aumenten, ya que su mito personal de grandeza parece que se confirma. Creemos que la grave inestabilidad emocional indicada por el discurso y las acciones del señor Trump lo hace incapaz de servir con seguridad como presidente” (El Clarín, https://www.clarin.com/mundo/grupo-35-psiquiatras-firman-carta-alertando-problemas-mentales-trump).

Ya desde los primeros diagnósticos dados a conocer sobre Donald Trump durante su primera gestión pública (febrero de 2017), un medio televisivo de gran audiencia latina como Univisión introdujo un factor reflexivo importante para poner en tela de duda los diagnósticos dados a conocer, y pregunta: “¿puede un psiquiatra diagnosticar a Donald Trump sin siquiera conocerlo?” Dicho de otra forma: “¿es posible realizar un diagnóstico psiquiátrico a distancia?”. Y en otra parte de la columna periodística afirma: “La ciencia médica, especialmente aquella dedicada a la salud mental, no es exacta y dar con un diagnóstico correcto toma a los profesionales varias sesiones y la realización de una serie de exámenes”.

Se sostiene entonces que se trata de diagnósticos que faltan a “los protocolos y códigos de ética”, por lo cual se incurre en actos de irresponsabilidad profesional. Incluso el doctor Allen Frances de la Universidad de Duke, en EU, en otra carta enviada al mismo diario, atribuye fines políticos en la publicación de tales diagnósticos y los descalifica, por lo tanto: “atacar públicamente a una persona, especialmente a alguien que ejerce un cargo tan importante como la Presidencia, utilizando diagnósticos psiquiátricos como munición, es no solo una irresponsabilidad y falta de ética, sino que también un ataque a la democracia”. Y agrega, que los comentarios deben referirse a “comportamientos identificables, no a enfermedades”. Los especialistas en psiquiatría han respondido que es precisamente basándose en su comportamiento, es decir mediante la observación sistematizada y su interpretación, que es posible formular el diagnóstico.

Aquí se puede observar cómo hasta en el campo científico se confrontan –y ello ha sucedido en EU desde hace varios años, sede de grandes universidades especializadas en este campo, y de asociaciones profesionales con gran influencia social– las opiniones profesionales y se expresan en las distintas narrativas mediáticas y políticas. Es un tema que levanta ámpula, como dicen algunos, pero consideramos, absolutamente indispensable de abordarse, sin apartarse del estatuto científico previsto por la ciencia misma. El faccionalismo político debe hacerse a un lado, contamina, degrada una necesidad social imperativa.

Es más que evidente que un jefe de Estado en sus capacidades cognitivas no está en plenitud para tomar decisiones en forma suficientemente meditada, valorada y en equilibrio emocional y mental, ponderando cada variable; eso constituye un riesgo, o incluso, una amenaza a la gobernanza, a la estabilidad, integridad y permanencia de un Estado nacional, lo que puede ser válido para un sistema de salud pública en el contexto de un grave evento como fue la pandemia global, lo es también para el caso de un jefe de Estado de un país al frente de las instituciones del Estado, o para el principal líder que es el jefe del Estado. Se convierten estos en temas de la seguridad nacional, de los riesgos y amenazas posibles a dicha condición del Estado nacional.

El colapso de un sistema de salud pública ante un evento catastrófico compromete la seguridad de los ciudadanos como nación, de la misma manera que la ausencia de una salud mental plena de un titular del Poder Ejecutivo, o un gobernador de un Estado, la compromete igualmente. Son temas de la salud pública. Lo correcto es abordarlo con un enfoque científico, como en las pandemias, u otras catástrofes, no como un tema de lucha política, que degrada y degenera el planteamiento.

Es un tema de seguridad nacional, un tema de Estado, no un tema político a secas, que lo convertiría normalmente en un tema más de lucha por el poder. No. Va en ello la seguridad de la nación, del conjunto de sus instituciones e intereses generales como tales, no de una facción o segmento de la sociedad nacional. En suma, es un tema de científicos altamente especializados, no de líderes políticos.

Para países como México, la posibilidad tan sólo de que los diagnósticos sean acertados, o aproximadamente atinados, comporta riesgos mayúsculos: en la Orden Ejecutiva, por ejemplo, sobre el estado de emergencia en la frontera con México, el presidente Trump asume el enfoque más radical posible: los inmigrantes indocumentados, los narco terroristas (como les llama) que introducen el fentanilo, son invasores al territorio soberano de EU, por ello encargó al Comando Norte, que tiene la misión de cuidar la soberanía aérea, marítima y terrestre y la integridad territorial en toda América del norte y Centroamérica, considerada su área de seguridad nacional más inmediata de EU, diseñar una estructura militar de bloqueo a este tipo de invasiones por invasores extranjeros. Significará el uso casi pleno de “poderes de guerra” desde la presidencia para combatir invasores extranjeros.

De allí también que en estos días se haya planteado una reforma constitucional que permita al ejército estadounidense no solo establecerse a lo largo de la frontera con México, que ya lo hace, sino, que tengan competencia legal para detener a todo tipo de invasores a su territorio. Son la expresión de considerar las distintas problemáticas sociales en la frontera con México, como tema de la seguridad nacional, como expresión de la necesidad de defensa ante una invasión de agentes extranjeros a su territorio soberano. Ya no puede haber más radicalismo.

Es evidente que ni la gran campaña de las fuerzas federales contra la criminalidad transnacional con miles de detenciones, decomisos de droga como nunca los había habido, entrega de los 29 líderes del narco más deseados en EU, han detenido, ni amenazas ni aranceles –aunque cambió el planteamiento original de aranceles generalizados–, el golpe dado por la administración de Donald Trump a la industria automotriz, fundamental en nuestro sector externo, fue durísimo, a pesar de que en declaraciones a la prensa el 25 de marzo, reconoció el esfuerzo desplegado por México en la frontera común (El Informador, 26 de marzo de 2025)

Es un hecho que las caravanas de inmigrantes indocumentados se frenaron, pero muchos se han quedado en México y no hay suficientes normas ni recursos para atenderlos, se está improvisando, habrá problemas indudablemente. Y en Sinaloa se sigue librando la batalla por el más grande éxito de la “madre de todos los programas de seguridad”. Será un punto de inflexión.

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