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La indignación y sus límites

La indignación y sus límites

“Indiferencia: La peor de las actitudes.

El motivo de la Resistencia: Indignación.

Por una insurrección pacífica”

Stéphane Hessel, Indignate (Indignez-vous)

Indigène éditions, Monpellier, Hérault, France

Como una cruel ironía histórica, la democracia burguesa representativa evidencia una vez más, ahora en España, sus estrechos límites a los indignados españoles, tal y como lo han hecho con los mexicanos que ya están hasta la madre, con los griegos o los árabes, o como en su momento lo hizo con los argentinos, que con su estallido social de 2001, y al grito “que se vayan todos”, forzaron la renuncia del entonces gobernante Fernando de la Rúa, que se vio obligado a huir en helicóptero de la Casa Rosada. El sistema capitalista nada tiene que ofrecerles a sus demandas: democracia y justicia, el cambio del modelo económico neoliberal por otro socialmente incluyente que coloque en el centro la dignidad y el bienestar social, en lugar de la productividad, la rentabilidad del capital y la catastrófica voracidad especulativa de los mercados financieros.

El sarcasmo es aún más brutal para la población española que, encabezada por los iracundos jóvenes, desde el 15 de mayo –por eso el movimiento fue bautizado como el 15M–, salió a las calles para protestar en contra del régimen y el modelo neoliberal global. La revuelta, por cierto, por caprichos de la historia, coincide con la efímera insurrección de la Comuna de París (del 18 de marzo al 28 de mayo de 1871) que, antes de ser aplastada a sangre y fuego, instauró un proyecto popular autogestionario, el cual se convirtió en el paradigma de cambio radical para Marx, Engels, Lenin y el movimiento comunista internacional.

Bajo la divisa “estamos preocupados e indignados por el panorama político, económico y social que vemos a nuestro alrededor”, y la exigencia de una “democracia real ya” (www.democraciarealya.es/?page_id=88), y bajo el influjo del panfleto “Indígnate”, Indignez vous! (Indigène éditions, Monpellier, Hérault, France, 2010; http://lahistoriadeldia.wordpress.com/2011/02/21/%C2%A1indignate-descargar-libro-de-stephane-hessel-miembro-de-la-resistencia-francesa-durante-la-ii-gm-2/), del francés Sthéphane Hessel –de 93 años, quien participó en la resistencia en contra del nazismo, que pasó por los campos de concentración y que es considerado como ejemplo único y extraordinario de compromiso con la humanidad a lo largo de toda su vida–, los descontentos, de disímbola condición social y credo político, se movilizaron alrededor de dos grandes principios, con diferentes grados de compromiso:

1) El rechazo del sistema político, donde, según ellos, prima la corrupción de la elite política-empresarial y el bipartidismo subordinado al capital, al que equiparan con la dictadura, y del sistema económico, definido por la voraz acumulación de dinero, que despilfarra los recursos y destruye el planeta, que es injusto, genera desempleo, distribuye desigualmente la riqueza, propicia el enriquecimiento de una minoría y la pobreza generalizada.

2) Su inclinación por una sociedad igualitaria, solidaria, libre y con bienestar, con acceso a los derechos básicos como son la vivienda, el trabajo o la salud; por un gobierno y una democracia directa del y para el pueblo; la necesidad de una revolución ética.

La protesta derivó en una de las peores derrotas del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en las elecciones municipales y autonómicas, donde el principal ganador fue el Partido Popular (PP), la derecha franquista y de resabios fascistas, dirigido por Rajoy –un auténtico hombre de las cavernas sobre cuya figura gravita la sombra de la corrupción y de sus relaciones con el narcotráfico–, aun cuando la Izquierda Unida y la coalición abertzale (nacionalista) Bildu lograron un avance nada despreciable, ésta última en el país Vasco, pese a que el PSOE y el PP intentaron impedir su participación en el proceso. Lo anterior ha debilitado aún más al gobierno encabezado por José Luis Rodríguez Zapatero, cuya legitimidad se agotó con las severas políticas neoliberales de ajuste fiscal en 2010-2011. No sería extraño que su pérdida de credibilidad lo obligue a adelantar las elecciones, en las que seguramente su organización será derrotada por el PP.

Ésa es la gran tragedia para los indignados. En un sistema político cerrado, donde sólo hay la misma sopa indigesta sazonada de dos maneras, el rechazo de los votantes a la derecha neoliberal socialdemócrata coloca en la antesala de la Moncloa a la peor de las derechas, la más retrógrada, la más bruta. Aquélla que cuando la junta electoral declaró ilegal las movilizaciones y el gobierno de Zapatero razonablemente, por razones electorales, se negó a reprimirla –la derrota hubiera sido peor–, bramaba, a través de Rajoy, que la “ley debe cumplirse”. Es decir, a palos y sangre, en consonancia con los empresarios franquistas madrileños, porque la protesta ha dañado “devastadoramente la imagen turística” de la capital. Ninguno de los partidos dominantes representa los intereses de las mayorías. Como en los países europeos y en otras latitudes, los socialdemócratas cavan su propia tumba y en pleno colapso neoliberal emerge la derecha más rancia.

Es natural y justificado que los indignados hayan sido indiferentes ante la derrota del PSOE, víctima de su propia apostasía de su tradición y sus principios, de su visión crítica de la realidad y sus traiciones cometidas a sus simpatizantes. Para la socialdemocracia hace tiempo que lo importante ya no es el color del gato sino su pericia para cazar ratones, según dijo Deng Xiaoping. Gatos, liebres, conejos y elefantes terminaron confundiéndose. Los conceptos izquierda-derecha, en la era del pensamiento único, se convirtieron en arcaicos (Juan Carlos Monedero, El gobierno de las palabras). Aquella izquierda reformista, parlamentaria o “civilizada” que pugnaba por el Estado de bienestar capitalista, la mudanza gradual y tersa, en oposición al cambio radical, se transformó en socialneoliberal, ante el beneplácito de los beneficiarios del “consenso” de Washington. Ellos sustituyeron a la desprestigiada derecha en la instrumentación del capitalismo neoliberal global. Sustituyeron la lucha por una vida digna por la productividad y la competitividad. Los socialdemócratas Felipe González, Gerhard Schroeder, François Mitterrand, Andreas Georgios Papandreu o Anthony Blair fueron consumados neoliberales. A principios de este siglo, la socialdemocracia gobernaba en quince países de la Unión Europea. Ahora sólo queda Rodríguez Zapatero y el griego Yorgos Papandreu, luego que el portugués José Sócrates renunció a su papel de primer ministro el 23 de marzo de 2011, porque el parlamento le rechazó su draconiano programa de ajuste económico, al estilo del Fondo Monetario Internacional, cuyos efectos devastadores se conocen perfectamente en el mundo subdesarrollado.

Las evidencias indican que Rodríguez Zapatero y Papandreu seguirán la misma suerte que Sócrates. Porque aplican las mismas recetas monetaristas. A diferencia de Rodríguez Zapatero, a Papandreu no le ha temblado la mano para apalear a los griegos que se oponen a sus políticas ortodoxas neoliberales, ni le quitan el sueño sus manos manchadas de sangre por los asesinatos que cometen sus aparatos de represión.

Dentro de poco no habrá gobiernos socialdemócratas en Europa. Desde luego, lo anterior es un eufemismo, ya que desde la década de 1980 dejaron de existir al fundirse con los conservadores.

Es lógico que los españoles progresistas no se aflijan por el futuro de su gobierno, toda vez que el mismo Rodríguez Zapatero se encargó de asesinar las esperanzas que depositaron en él al momento de derrotar al PP, con sus fachos José María Aznar y Rajoy. Es cierto que aplicó algunas medidas progresistas. Sin embargo, la crisis capitalista global y la española, que provocó el colapso financiero y del sector inmobiliario, así como la recesión económica arruinó su gobierno. En 2007, la economía creció 3.6 por ciento, pero de 2008 a 2010 entró en recesión, al registrar tasas de 0.9, -3.7 y -0.1 por ciento. De 2007 a marzo de 2011, la tasa de desempleo abierto se disparó de 8.3 a 21.6 por ciento: de 1.8 millones de personas a 4.8 millones. El desempleo entre los jóvenes es del orden de 44.5 por ciento, todo un récord europeo.

¿Cómo no esperar la protesta? Sobre todo porque el gobierno de Rodríguez Zapatero ha contribuido al malestar. En 2008 y 2009, aplicó un programa de estímulos económicos. El superávit fiscal de 1.1 por ciento del PIB en 2007, 11.9 mil millones de euros, se convirtió en un déficit de 5 por ciento, 53 mil millones, alejado de la meta de 3 por ciento de la eurozona. La deuda del gobierno central se elevó de 30 por ciento del producto interno bruto (PIB) a 51.7 por ciento: de 465.6 mil millones a 734.6 mil millones. Al igual que Irlanda, Islandia, Portugal o Grecia, entre otros países, España fue sometida a un furioso ataque de los especuladores, que cada vez le cobraban más réditos para el reciclaje de sus pasivos, ante la complacencia del resto de la “comunidad” europea, que sólo se mostró dispuesta a apoyarla, a regañadientes, ante el riesgo de una insolvencia de pagos, que arruinaría a los especuladores y la banca alemana y francesa, principalmente.

Pero la obligaron a aplicar un severo programa de ajuste fiscal, que descansa en un brutal recorte del gasto y el alza de impuestos, para ahorrar 5 mil 250 millones de euros en 2010 y 2011. ¿Cómo? Muy sencillo: con la reducción de los salarios de los empleados públicos y su congelamiento en 2011, así como su despido (10 mil 600 en un plazo de tres años); la baja en la inversión pública; la congelación de pensiones, salvo las mínimas y las no contributivas, la eliminación de las parciales, la elevación de la edad para tener derecho a ella, con mayores contribuciones y la supresión del cheque-bebé de 2 mil 500 euros, todo en 2011; el menor gasto en medicamentos; mayor “flexibilidad” laboral para arrojar a la calle a los trabajadores con menores compensaciones; la baja en el seguro de desempleo y su paga en menos tiempo; la privatización de empresas.

Esas y otras medidas autoritarias, pro-recesivas contribuyeron al disparo del desempleo, la pérdida del ingreso de las mayorías y su mayor empobrecimiento. Exactamente lo mismo que se hace en Grecia, Portugal y otros países que se ahogan en sus crisis. Con ellas, Rodríguez Zapatero es el artífice de su propia derrota. México, América Latina y otras regiones saben lo que significan las políticas antisociales del neoliberalismo. Se salva a los dueños del capital a costa de arrojar del banco a las mayorías.

Los socialneoliberales, la derecha extrema y el sistema no tienen nada que ofrecer a la sociedad.

El problema de los indignados, como los que están hasta la madre y otros movimientos de protesta, es su espontaneidad, su heterogeneidad, la falta de una organización, la carencia de objetivos y de programas de lucha claros, tácticos y estratégicos, que les permita, efectivamente, avanzar hacia una sociedad igualitaria, con bienestar, posneoliberal y con democracia directa, como rezan sus consignas. Los griegos, por ejemplo, han demostrado una indiscutible combatividad, pese a sus muertos y la bestial represión que sufren. No obstante, no han logrado construir un programa viable, creíble, capaz de seducir a las mayorías, ya sea para arrancarle al sistema sus demandas o, mejor aún, para avanzar más allá del capitalismo. Históricamente, el sistema ha mostrado su capacidad para asimilar, inocular, conceder beneficios sociales y luego eliminarlos, y destruir a sus opositores por cualquier medio. Remember la Comuna de París, las protestas mundiales de 1968, o recientemente los días de furia en África y el Oriente Medio. El enigma irresuelto es cómo trascender para que el descontento y los estallidos no se reduzcan a una marea, con su estela de desencanto y se convierta en una tempestad transformadora ante un sistema decadente que nada tiene que ofrecer.

*Economista