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La ofensiva contra Venezuela

La ofensiva contra Venezuela

El asedio contra el gobierno de Venezuela no cesa y en las calles de Washington, DC, somos testigos de la estrategia que opera a plena luz del día.

El golpe de Estado en curso no se esconde ni se pone máscaras, no habrá que esperar a que pasen los años para que documentos del Departamento de Estado o de la Casa Blanca sean desclasificados o a que sean filtrados para confirmar supuestos.

Los operadores –altos funcionarios de la Casa Blanca– en compañía de la oposición venezolana caminan juntos por las calles de la capital estadunidense, acaparan las pantallas, publican en sus redes sociales, toman los micrófonos y palestras para llamar a las milicias venezolanas a rebelarse, a imponer un gobierno paralelo y a repetir el mismo guion que incansablemente Washington ha ejecutado por décadas en Libia, Irak, Honduras o en la misma Venezuela –de manera fallida– en 2002 contra Hugo Chávez.

En su ofensiva contra Caracas, repiten la consigna “todas las opciones están sobre la mesa”; Donald Trump lo reitera frecuentemente, el vicepresidente Mike Pence lo aborda en varias de sus apariciones públicas mientras John Bolton, asesor de Seguridad Nacional y reconocido por ser un halcón de ultraderecha, confirma que van tras el petróleo venezolano para luego amenazar al presidente Nicolás Maduro de dejar el cargo antes de terminar en Guantánamo.

El exdirector de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), ahora titular del Departamento de Estado, Mike Pompeo, llama al reconocimiento del autoproclamado presidente Juan Guaidó lo mismo en la Organización de Estados Americanos –a la que Fidel Castro llamaba el ministerio de las Colonias de Estados Unidos– que en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en el cual, contrario a las narrativas de los grandes medios de comunicación, el argumento del “aislamiento del gobierno de Venezuela en el mundo” no se sostuvo el pasado 25 de enero, cuando en sesión del organismo se evidenció que la comunidad internacional está dividida y no apoya incondicionalmente los designios de Washington.

Incluso, el canciller venezolano Jorge Arreaza, arropado por varios representantes de otros Estados, anunció el pasado 14 de febrero la conformación de un grupo internacional para lograr el respeto a los principios del derecho internacional. Rusia, China, Irán, Palestina, Cuba, son sólo algunos de los 60 países con los que actualmente dialoga el gobierno venezolano en el seno de las Naciones Unidas, que poco tiene de unidas.

Hoy en la ONU se reconoce fácilmente el quebrantamiento de los proyectos existentes a nivel mundial, como lo han reflejado las recientes sesiones del Consejo de Seguridad: Estados Unidos, Francia y Reino Unido encabezando un discurso de intromisión en Miraflores, y del otro, China y Rusia impidiendo que cualquier resolución de Estados Unidos contra la nación bolivariana sea aprobada, pues de inmediato será vetada. Un fracaso anunciado.

Hoy se muestra la América Latina fragmentada por su alianza con el vecino del Norte, un Grupo de Lima sumiso a sus deseos (del cual México aún es partícipe, herencia del sexenio peñista) y por otro lado, las voces de aquellas naciones que reclaman el derecho de autodeterminación de los pueblos y la no injerencia en asuntos internos de las naciones. En esta segunda, destaca el llamado a diálogo hecho por México y Uruguay, con el que Washington no está de acuerdo. Fue el vicepresidente Mike Pence quien así lo aclaró: “no hay tiempo para el diálogo, es tiempo para la acción”. Y la acción ha sobrado, pero no han tenido el resultado esperado.

El pasado 23 de febrero, el llamado Día D, los aliados de Washington buscaron hacer entrar la presunta ayuda humanitaria en camiones de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). Al paso de las horas, poco a poco se desmanteló el argumento de que habían sido las fuerzas armadas venezolanas quienes incendiaron los insumos. Los llamados “guarimberos” fueron captados en fotografías y videos no sólo preparando bombas molotov, sino aventándolas al camión que buscaban introducir en Venezuela. Las pruebas no se detienen ahí: periodistas en la escena acudieron a ver los restos que había dejado el fuego, se trataban de insumos para instalar las llamadas “guarimbas”.

Pero el cuento de la llamada “ayuda humanitaria” no se sostiene por ningún lado, ni ayuda, ni humanitaria. La Cruz Roja Internacional, Cáritas y las Naciones Unidas decidieron no meter las manos en la acción opositora. Más que ayuda, se trata de un montaje político.

No está de más recordar en este punto que el que ha sido designado por la administración de Trump como “enviado especial para Venezuela”, Elliot Abrams, participó en el envío de “ayuda humanitaria” a Nicaragua durante la década de 1980, que más que ayuda se trató de dos aviones cargados de armamento para la oposición nicaragüense, “los contras”, un ejército irregular que con base en escuadrones de exterminio tenía como objetivo acabar con la Revolución Sandinista. Abrams, declarado culpable por mentir al Congreso, más tarde fue perdonado por George Bush padre. Hoy Abrams es de los últimos personajes que se han sumado a las filas de quienes dirigen el asedio.

Y si de ahondar en la ayuda humanitaria se trata, recordemos que Estados Unidos anunció que se trataba del envío de ayuda por 20 millones de dólares; más tarde, sus aliados se sumaron y el gobierno canadiense de Justin Trudeau anunció que aportaría 53 millones más. Hagamos cuentas. Los números no cuadran cuando ponemos sobre la mesa que son, al menos, 30 mil millones de dólares los que ha costado la imposición de “sanciones” (medidas políticas y económicas unilaterales) de Estados Unidos a la nación bolivariana, simplemente fueron 7 mil millones de dólares que la Casa Blanca congeló a la estatal Petróleos de Venezuela para otorgarlos, públicamente, a la oposición venezolana. Pero si esto no fuera suficiente, no debemos olvidar los 1 mil 200 millones de libras en reservas de oro venezolano que el Banco de Inglaterra retuvo a Venezuela en total impunidad ante los ojos del mundo entero. Es decir, el gobierno estadunidense y sus aliados lejos están de compensar lo que le ha costado al pueblo de Venezuela el asedio económico internacional.

Ahora, por si no había sido demasiado claro durante 20 años de chavismo, en Venezuela los dos proyectos en disputa son nítidos. Prueba de ello fue el pasado 2 de febrero cuando ambos tomaron las calles de Caracas. Del lado del autoproclamado Juan Guaidó ondeaban las banderas estadunidenses e israelíes mientras una estatua de la libertad con los colores de la bandera venezolana les acompañaba. Del lado chavista, la multitud roja sobre la avenida Simón Bolívar sólo ondeaba la bandera tricolor de ocho estrellas. No es quién preside el país sino quiénes y para qué lo quieren.

Y si todo esto ocurre ante la mirada pública, no sé si la imaginación nos alcanza para dimensionar la magnitud de las operaciones encubiertas que deben estarse llevando a cabo estando Washington acostumbrado a ello por décadas, operaciones que terminaron convertidas en adjetivos que buscan calificar un posible escenario en Venezuela: libianización, sirianización, una guerra civil que se mira inminente.

Por todo ello, el llamado a defender la soberanía de Venezuela es la posibilidad de poner un alto al imperialismo que hoy se mira irrestricto decidiendo quién es su colonia y quién no.

Alina R Duarte/Telesur

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