Alrededor del mundo, recorren las imágenes de bebés fallecidos por inanición al no contar sus madres, y niños muriendo de forma cruel o heridos con secuelas de por vida, a consecuencia de los incesantes bombardeos de Israel a la Franja de Gaza.
Estas escenas de dolor deben llevar a una reflexión sobre la contrastante realidad de la barbarie cometida por las grandes potencias. Pues, mientras la población civil muere de hambre y sed en las zonas de conflictos armados y otras partes del mundo, los gastos para operar la maquinaria de guerra son estratosféricos.
Se calcula que los bombardeos de Estados Unidos contra Irán ascendieron a 46 mil millones de dólares por la logística militar empleada. Ésta incluye el uso de portaaviones y sus más avanzadas naves capaces de evadir los radares, conocidas como B-2, cuyo valor por unidad es de 2 mil cien 100 millones dólares. El avión más caro del mundo que implica un gasto de 10 mil dólares por cada hora de vuelo.
El gobierno estadunidense empleó a siete de estas unidades. Este ataque implicó 14 mil 700 millones de dólares. Además, cada una de las bombas 9bu, lanzadas contra los supuestos objetivos nucleares, se cotiza en 5 millones de dólares. Otros aviones empleados en el bombardeo como el F-22 Raptor y el C-17 Globemaster superan los 300 millones de dólares cada uno.
Hasta donde se sabe, y aunque la administración de Donald Trump aseguró la destrucción de objetivos nucleares, no hay pruebas sobre el enriquecimiento de uranio con fines bélicos, en específico, la fabricación de armas nucleares.
Trump no sólo lanzó el artero ataque sin la autorización del Senado. Sus funcionarios manipularon mediáticamente la agresión. No mencionaron que el uranio también tiene otras múltiples aplicaciones en más áreas, como los tratamientos médicos, la producción de electricidad e incluso la sanitización de alimentos.
Con una ínfima parte de lo que Israel y Estados Unidos han gastado en su escalada bélica contra los países árabes en Oriente Medio, en particular contra el pueblo palestino, podrían evitarse la muerte por hambre de bebés y niños en la Franja de Gaza. Uno de los peores crímenes contra la humanidad que le tiene colgada, con justa razón, la etiqueta de genocida a Benjamín Netanyahu.
El propio Banco de Israel informó que, entre 2023 y 2025, su gobierno ha gastado unos 56 mil 600 millones de dólares en los ataques a la Franja de Gaza.
Como daño directo de esta desigual guerra, 300 mil palestinos quedaron sumidos en la más absoluta pobreza, al perderse en el mercado laboral más de 500 mil empleos en el periodo del conflicto.
En muchos países adheridos al pacto de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN), las poblaciones han protestado de manera recurrente, pues son obligados a destinar el 5 por ciento de su producto interno bruto (PIB), al gasto militar.
El costo de estas políticas armamentistas han venido impactando de manera negativa en los servicios educativos y de salud para el grueso de sus poblaciones.
En España y en Francia, políticos de izquierda, organizaciones civiles y sindicatos de trabajadores exigen a sus gobiernos romper con este esquema, el cual ha implicado una reducción en la seguridad social, la salud y el bienestar de millones de familias.
La guerra entre Rusia y Ucrania es otro de los referentes sobre la irracionalidad contemporánea y sus altos costos en vida humanas y económicas para ambos países.
Organismos internacionales calculan que, a casi cuatro años de iniciado el conflicto, su costo supera los 300 mil millones de dólares. Del lado ucraniano, ha implicado la muerte de 46 mil de sus soldados; y del lado ruso, 95 mil.
La guerra ha orillado al desplazamiento forzado de unos 6 millones de personas y la destrucción en Ucrania de 2 millones de hogares. Asimismo, se calcula que los costos han impactado al gobierno estadounidense, el cual ha destinado por lo menos unos 69 mil 200 millones de ayuda militar a los ucranianos.
En contrasentido, Donald Trump anunció recortes al presupuesto de su país. Esto ha implicado despidos a servidores públicos y drásticas reducciones a los sectores educativos y de salud.
En este contrasentido, es momento para que el mundo cuestione a los gobernantes de las principales potencias. Éstos insisten en mantener vigente la absurda ecuación de la violencia y la guerra que sólo arroja dividendos sangrientos de muerte, destrucción y pobreza. Parece que han terminado por olvidar la lección que dejó al mundo la Segunda Guerra Mundial.
La pregunta que debe hacerse es sencilla: ¿No sería más digno para el raciocinio humano emplear estos multimillonarios recursos de la guerra en producir empleos bien remunerados, fortalecer los sistemas de pensiones, vivienda y seguridad social para que millones accedan a un nivel de vida más digno?
El discurso belicista de las grandes potencias está llegando a sus límites, ya que sólo sirve sólo para su afán por revivir al colonialismo y alentar un nuevo reparto geopolítico.
Sin embargo, cada vez les resulta más difícil a gobiernos autoritarios y racistas, como el de Donald Trump, justificar sus decisiones unilaterales para hacer la guerra. En su propio partido y en buena parte de la población estadunidense, existe el temor de una conflagración nuclear donde su país sería uno de los principales blancos de ataques.
Millones en el mundo exigen la paz. Saben que las batallas que sus gobiernos libran no son las suyas. Los ciudadanos pelean por mejorar sus condiciones de vida y por acceder a mejores sistemas de salud y educación públicas.
Es momento para que los pueblos digan a sus gobernantes que ya están cansados de que las bajas las pongan sus esposos, padres e hijos; y ellos,los discursos. Es momento de exigir que se deje de apoyar las guerras que las grandes potencias libran en un absurdo sinsentido, donde la violencia sólo está generando más violencia, sino también no da riqueza y bienestar para los pueblos.
Martín Esparza Flores*
*Secretario general del Sindicato Mexicano de Electricistas
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