El trasfondo de la guerra de los 12 días

El trasfondo de la guerra de los 12 días

La nueva guerra iniciada por Israel contra Irán está llevando al mundo a una tensión que nos coloca ante el riesgo de un conflicto nuclear
FOTO: WHITE HOUSE

Ya antes ha habido otros imperios que se han enfrentado a sus propias crisis. El imperio romano no resistió la enorme centralización de poder en un solo emperador, por lo que no tuvo otra opción más que fragmentarse hasta sucumbir ante su propia impotencia y el descontento de los pueblos que sometió durante años. El imperio español, ensoberbecido por su control religioso y por la apropiación colonial de las materias primas, no supo cómo reaccionar frente a los movimientos independentistas criollos e indígenas que estaban a kilómetros del trono. El imperio británico también feneció tras las dos guerras mundiales y una gran crisis económica mundial. La lucha contra Alemania tuvo como trasfondo la disputa por el colonialismo africano, pues el país germánico se sentía con la prerrogativa de obtener la nueva hegemonía mundial. El imperio británico finalmente cayó tras los conflictos bélicos, sin embargo, el relevo no lo tomó ningún contrincante europeo, sino su vástago trasatlántico.

Estados Unidos salió avante de las guerras sin aspavientos, gracias  a la lejanía que imponía el Océano Atlántico, y, de inmediato ocupó el lugar de Gran Bretaña, inaugurando una nueva forma de imperialismo financiero que, a finales del siglo XX subordinó a todo el planeta, apoyándose de la caída del bloque soviético y de la expansión globalizada del neoliberalismo. Desde entonces, Estados Unidos se volvió la gran potencia hegemónica, sosteniéndose en su dominio geopolítico y en la extensividad abrumadora de su modelo económico, sin embargo, del otro lado del mundo otro gigante aprendió a jugar sus reglas. De esa manera, China fue capaz de crear una fórmula que unió: a) una gran disponibilidad de mano de obra en masa; b) un desarrollo científico-tecnológico acelerado; c) un predominio geopolítico regional que le guareció de amenazas bélicas; y, d) una centralización política que impulsó el crecimiento comercial y diplomático hacia afuera.

La nueva guerra iniciada por Israel contra Irán está llevando al mundo a una nueva tensión planetaria que nos coloca ante el riesgo de un conflicto nuclear, que, además de las muertes inmediatas que eso implicaría, también conllevaría una destrucción ecológica sin igual. El trasfondo de la guerra es el pataleo del imperialismo de Estados Unidos, que, en plena crisis se ha vuelto un ente hiperviolento, dispuesto a estallar conflictos al pormayor. Lo que hoy vemos es un imperialismo desgastado, sin embargo, la diferencia con las crisis de otros imperios es que, en esta ocasión, el gran hegemón no quiere enfrentar los hechos, y, pareciera dispuesto a llevarse a toda la humanidad entre las patas, con una especie de mensaje: “si yo no mando, entonces destruiré todo”. Antes que formular un nuevo escenario multipolar, ese hegemón se preparó para arrastrarnos a todxs hacia la catástrofe y el colapso. Y luego la llamó la guerra de 12 días y se ungió como el agente de paz en la región, mediante ataques.

El supremacismo alienta la destrucción planetaria porque está dispuesto a eliminar al otro, concibiéndolo como un peligro. Encerradas en su aberrante racismo, las clases hegemónicas no quieren ver que la crisis mundial de nuestros días no se debe a la disminución de su ganancia, de su dinero, de su poder, sino que es una crisis que nos lleva al fin de la continuidad ecológica climática. Esas clases y sus líderes han preferido propagar la idea de que el peligro está en lxs migrantes, las mujeres, las diversidades sexuales, las protestas subalternas y cualquier sector étnico diferente al suyo, con tal de salvaguardar a toda costa su dominio.

Lo cierto es que la salida de la crisis de ningún modo puede provenir del egoísmo de la ganancia capitalista, es imposible. Nadie va a poder solucionar el problema planetario, encerrándose en su caparazón, la única forma estará en la supervivencia de la noción de “comunidad”. Si nos creemos el cuento de que la ganancia es lo central y de que el otro es el enemigo sólo por sus diferencias étnicas, entonces seremos cómplices del colapso.

Como ya exponía Gustavo Petro, al asumir la presidencia Pro Témpore de la CELAC, la especie Homo Sapiens pudo sobrevivir, entre otras cosas porque aprendió a ser un ente social, es decir, a vivir en comunidad para protegerse, mientras otras especies homínidas se extinguieron en su aislamiento. La salida a nuestra extinción atraviesa por la búsqueda de soluciones sociales, no por la eliminación del otro. La guerra, el genocidio, la persecusión y la violencia no son soluciones, sino catalizadores que aceleran el colapso que, en esta ocasión, no podría significar solamente la extinción de la especie humana, sino de miles de especies. Hoy, rechazar la guerra, la muerte y el genocidio no sólo es un acto de salvaguardar la paz, es también la acérrima defensa de la vida en el planeta. Si queremos que sea el momento de la vida, entonces, tiene que ser el momento de los pueblos.

Pablo Carlos Rojas Gómez*

* Doctor en ciencias políticas y estudios latinoamericanos. Investigador del Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad (PUEDJS-UNAM).

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