En la era de Donald Trump, la diplomacia se parece a lo que antes se denominaba “diplomacia de las cañoneras”, y hoy se traduce en “la diplomacia de los bombardeos aéreos”, como lo ocurrido recientemente en Medio Oriente. El ejercicio del poder se basa en una idea de “invencibilidad nacional” mezclada con la construcción ideológica del supremacismo blanco del presidente estadunidense. Por ello se desarrollan guerras psicológicas como componente político militar, y hay un uso planificado de la propaganda negra contra gobiernos, instituciones y personas. Respecto de su relación con México, se refleja en acciones como la última andanada de supuesto lavado de dinero, efectuada por el Fincen contra tres instituciones financieras, y la consecuente presión a nuestra economía
A la forma de ejercicio del poder y al conjunto de políticas de gobierno, preceptos y construcciones de carácter ideológico e iniciativas legales que se aplican actualmente en Estados Unidos puede caracterizárseles como la era de Donald Trump; todo ello, condensado en 120 órdenes ejecutivas que consignan diferencias fundamentales con los gobiernos del idealismo estadunidense de épocas anteriores, pero también líneas de continuidad –con ciertos matices– respecto de ellos. Trump es una síntesis distorsionada de Theodore Roosevelt y George Walter Bush, en un contexto histórico distinto, de cuya deformada simbiosis ha emergido un régimen político de despotismo punitivo y de fanatismo sobre el realismo como doctrina de política exterior.
Estados Unidos constituye una sociedad y un Estado que a lo largo de su historia han forjado un extraordinario desarrollo, deslumbrante, que ha fascinado a muchos estadistas, políticos, intelectuales de todo tipo. Desde su independencia a las primeras guerras de conquista y expansión en el Caribe contra España hacia finales del siglo XIX, su progreso en todos los órdenes fue asombroso, y en ello sus orígenes de perfil colonial anglosajón fueron fundamentales.
El periodo que corrió entre 1600 y 1815 –dice Paul Kennedy– se caracterizó porque potencias como España y Países Bajos pasaban a segundo plano, mientras emergían cinco Estados fortalecidos: Francia, Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia, “que llegaron a dominar la diplomacia y el arte de la guerra de la Europa del siglo XVIII” al protagonizar guerras en coaliciones inestables, y ante lo costoso de mantener y expandir ejércitos y flotas marítimas, Francia y los demás países se debilitaron; en tanto, Gran Bretaña los superó al crear un sistema de banca y crédito que generó ventajas trascedentes (en menor medida, Rusia lo logró también) sobre los competidores logrando aumentar la disponibilidad de recursos vía financiamiento, desde fuentes privadas y emisión de deuda pública (2007:13).
Ello, junto a su posición geográfica y sus crecientes aptitudes productivas desde la revolución industrial, sus posesiones coloniales marcaron la ruta de un ascenso importante como la gran potencia. Distinto a las potencias que conquistaron en etapas de decadencia como España. Ambos colonizadores trasladaron sus concepciones y perfil de los procesos como enseñanzas replicables en las colonias. Fundaron sociedades coloniales, pero sobre bases de todo tipo muy distintas.
En 1880, de acuerdo con el indicador de industrialización per cápita por país, Gran Bretaña lideraba el mundo con un número índice de 87 y, en segundo lugar, Estados Unidos con 38. Pero lo importante es que hacia 1913, este segundo país ya había superado al primero, con un indicador de 126 frente a otro de 115. Esta tendencia se consolidó a lo largo del siglo XX, nunca revirtió. El indicador es compuesto porque –según el autor– conjuga medidas de modernización, extensión geográfica de la industrialización, volumen de población urbana. Se trata de un “indicador de modernización”. Confirmado por los datos de producción de hierro y acero: en 1890, Estados Unidos lideró el mundo industrial con 9.3 toneladas anuales, contra 8 toneladas de Gran Bretaña, y hacia 1900, ya duplicaba su producción comparativa con su excolonizador: Estados Unidos con 10.3 toneladas, contra 5.0 de Gran Bretaña anualmente (Ídem, pp. 324-325).
Angus Maddison ratifica tales datos de supremacía industrial de EU para el periodo 1900-1987, con una variante importante: la tasa de crecimiento medio anual del PIB de EUA fue de 3.2 por ciento, pero es superado ya por Finlandia 3.3 por ciento, Canadá (4.1 por ciento) y Japón (4.3 por ciento). Los datos ofrecen una lección fundamental: el liderazgo económico de Estados Unidos que se consolida y llega a su nivel máximo después de la Segunda Guerra Mundial en el siglo XX, acusa, no obstante, una tendencia a disminuir el ritmo de crecimiento conforme se acerca dicha economía al final del siglo (1992:13).
Los datos presentados nos evidencian una idea clara del ascenso y declive de EU en el siglo XX que, como veremos, coincide con cambios en términos de debilitamiento en lo que se ha llamado “el poder blando”, su influencia jurídica, corporativa, ideológica y cultural en el mundo, expresado en el discurso político de los presidentes de Estados Unidos.
“Las Trece Colonias” fueron fundadas entre los siglos XVII y XVIII por colonos británicos. La primera colonia se fundó en 1607 en Virginia, en un momento de ascenso del poder de Gran Bretaña; luego Massachusetts (1620) y las demás, a lo largo de la costa este del actual territorio de EU, las cuales proclaman su independencia para convertirse en Estados Unidos de América en 1776, y aquí comienza la conversión de los principios ideológicos de la lucha por mitos fundantes (México tiene los suyos usados de distinta manera).

Nos dice Eric Foner que en la Declaración de Independencia se menciona en forma relevante a “la libertad como uno de los derechos inalienables de la humanidad; la Constitución proclama […] los beneficios de la libertad […] El amor por la libertad de los norteamericanos […] se ha manifestado” en las luchas en que EU ha participado dentro de la lucha por “las cuatro libertades”, la de independencia, la de la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, y cita a Ralph Bunche en 1940 que afirmaba: “éste es el país de los libres, la cuna de la libertad”, agrega lo sustentado por el escritor James Bryce: “es una idea que parece ocupar un lugar más prominente en nuestro universo conceptual que en el de otros países. Cuestiones de la justicia del orden económico o la de las relaciones entre grupos raciales y étnicos, que en otros muchos lugares se entienden como problemas de igualdad o de comunidad, tienden a ser debatidas aquí con el lenguaje de la libertad”. Cierra este círculo conceptual diciendo que cuando preguntan a los estadunidenses qué prefieren “entre igualdad y libertad, tres cuartes partes priorizan la segunda”, algo distinto, que en Europa y Japón, y agrega: “ser americano es ser libre” (1998:31-32).
El destacado sociólogo e internacionalista Raymond Aron acuñó para “los campeones de la libertad” el concepto de “República imperial” porque emerge a finales del siglo XIX y principios del siglo XX como una potencia dominante y expansiva (norte de México, Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Hawái, Panamá, más la adquisición de Alaska y La Florida y Luisiana, comprada al emperador francés, Napoleón –1803–, proyectando su dominación hacia el Gran Caribe) con una economía industrial líder que rápidamente se proyectaba al exterior, con ordenamientos jurídicos y formas constitucionales republicanas y con un muy poderoso ejército, una gran potencia de Las Américas y a través del Océano Atlántico y del Pacífico.
El ideal de los Founding Fathers se había cumplido con creces y más allá: una República soberana e independiente que comprendiera la mayoría del espacio norteamericano y geopolíticamente insular (como intentó hacerla Trump en su primer mandato), un poder republicano muy distinto, mejor que el de las rancias monarquías dominantes en la vieja Europa, y más. Un poder muy grande que se expresaba y consolidaba aquí y allá, porque en todo el continente no había un vecino con poder que pudiera incomodarle rivalizando. Ninguno, algo también distinto al contexto de las potencias europeas súper competitivas entre sí.
Para este pensador francés existen dos mitos que el pensamiento político estadunidense, especialmente de su clase política y empresarial, han desarrollado y aplicado en su libre interpretación, mitos que se forjaron luego de dar a conocer la Doctrina Monroe (de contenido inicial, antimperialista, pero sólo para Europa), y que fueron: el mito geográfico al considerar que “el hemisferio occidental engloba a las dos Américas, y los Estados Unidos ocupan en él legítimamente un lugar aparte, asumiendo por privilegio del destino responsabilidades particulares”; y ii) “el mito político, es decir, que aquella interdicción que se impuso hace un siglo a la Santa Alianza para que no interviniese en las sublevadas colonias de España, se ha convertido, sin cambiar de naturaleza, en la afirmación de ‘su coto de caza’, en su derecho de suplantar a los Estados de América Latina o de ayudar a defenderse de las influencias extrañas que según Estados Unidos atenten contra la prosperidad y la seguridad de toda la zona” (1973: 218).
Esta línea de razonamiento coincide con el “Corolario Roosevelt” (1904), formulado como una “enmienda”, que delineó la doctrina del intervencionismo en los países latinoamericanos por parte de EU, cuando estos cometieran “faltas flagrantes y crónicas”, a partir de lo que denominó “las responsabilidades especiales de Estados Unidos” en este continente. Este matiz discursivo del presidente Theodore Roosevelt, lo denominan algunos analistas e historiadores “idealismo estadunidense”, es decir, la creencia en la posibilidad de transformar el mundo a través de la práctica de valores morales, como la democracia y la libertad o la promoción de derechos humanos, proyectados a nivel global, dicho en términos contemporáneos, se identifica al presidente Woodrow Wilson como su impulsor. Lo contradictorio es que este impulso, se sostiene, puede ser también mediante la intervención incluyendo la militar, derivado precisamente de la idea asociada de que EU tiene un rol especial en el mundo con su política exterior. La crítica a este planteamiento es que se trata de “una doble moral”, se promueve y también se aplasta con actos de poder; idealismo y realismo a la vez.
Alexis de Tocqueville (1835) sostenía que la democracia que se desarrollaba en EU constituía una forma peculiar de cristianismo, una especie (rara) de “religión republicana” en la cual ambos (religión y política) formaban una ecuación muy especial. Se han sentido siempre “depositarios de un mandato de la Providencia llamados a difundir esa combinatoria que conforma la base de un modelo” (IGADI, 3 de octubre, 2022). La huella histórica del pensamiento social de los protestantes ingleses fundadores de la nación es indeleble, líderes políticos y religiosos a la vez, ellos sostuvieron la idea de que había una especie de pacto entre ellos y Dios, para entrelazar la organización política y social con la organización religiosa, pero su origen más preclaro está en el pensamiento del presidente Thomas Jefferson.

Este mandatario estadunidense partió de una visión naturalista (observación y valoración de la naturaleza que los rodeaba, con ingredientes de espiritualismo), de la nación o nacionalismo y del concepto de república o republicanismo federalista (aunque en el inicio del sistema de partidos políticos, se dividieron los republicanos y los federalistas), él fue autor principal de la Declaración de Independencia, de decenas de documentados del gobierno, de dos constituciones políticas, es el autor más prolífico del pensamiento social estadunidense, en especial teorizaba en contra de la dominación europea y se pronunciaba en contra también de “la razón de Estado y el despotismo”, concibiendo también a América “como excepción”, que “se edifica en sus valores , instituciones y actitudes cívicas a partir de la naturaleza del propio país que habita el pueblo americano”, y justamente establece como premisa mayor en su pensamiento político (vinculado a la religión) “el imperio de la libertad”, todos ellos como principios doctrinarios congénitos a la naciente república (Maíz, Ramón, Revista de Estudios Políticos Nueva Época, No. 162, Madrid, 2013).
Este idealismo político-religioso ha tenido distintos matices o enmiendas, especialmente en la política exterior, entre la mayor proporción de dosis de poder político, cultural y militar, y el idealismo promotor de valores. Es evidente cuál fue la opción preferida durante la época del “big stick”, de la “guerra global contra el terrorismo”, o de las guerras actuales del presidente Donald Trump, por ejemplo.
Precisamente, Raymond Aron divide la doctrina que impulsó la diplomacia estadunidense en la época que él señala e identifica como: “la escuela realista, que se atiene casi exclusivamente a la conducta diplomático-estratégica y no acepta (…) el mundo interestatal” a diferencia de la filosofía que inspiró el comportamiento de los presidentes estadunidenses del periodo de 1917 a 1947, es decir, de Wilson a Truman” (p.11).
Hasta los personajes más siniestros al interior de la CIA, como el doctor Sidney Gottileb –experto en guerra bacteriológica y experimentos de tortura psiquiátrica extrema en el programa MK ULTRA (control mental, incluso de asesinos programados)– llegó a justificar sus atrocidades en nombre de los mitos estadunidenses de la libertad, la fusión de la política con la religión y la defensa de EU contra el comunismo, como agregado contemporáneo a los mitos fundantes. El doctor Sidney Gottlieb llegó a ser equiparado con los “médicos nazis” experimentadores, le llamaron “el Dr. Muerte”, quien recibía millones de dólares en recursos del gobierno estadunidense para desarrollar sus programas experimentales, tal y como narra el exagente de inteligencia del MOSSAD, Gordon Thomas en su libro “Las Armas Secretas de la CIA” (2007), todo ello en el contexto de la Guerra Fría.
En una carta enviada al entonces secretario de defensa de EU, dicho doctor y otros firmanes señalaban “la necesidad de contar con más armas efectivas (para) estar en condiciones de responder”, a consecuencia les asignaron 90 millones de dólares para renovar el arsenal de armas bioquímicas en los laboratorios de la CIA. Dice Thomas: “en sus 10 plantas había fermentadores para la producción masiva de bacterias”, luego: “empezaron a crear nuevas armas, como plumas estilográficas llenas de tinta infestada de bacterias, plumas de pavo repletas de ántrax y pulgas, piojos y mosquitos portadores de peste bubónica y fiebre amarilla”, incluso “habían diseccionado a prisioneros vivos”.
Y concluye: “sus colegas y él habían pasado de sanadores a verdugos y era por una creencia común: que lo que hacían era para proteger del comunismo a Estados Unidos, y en última instancia, al mundo libre. Esta creencia reemplazó todo juicio moral. Compartían con los doctores nazis la idea de la ‘trivialización del mal’. Gottlieb y sus colegas médicos nunca vieron ningún mal en lo que hacían. Muchos eran devotos padres de familia convencidos de que hacían la obra de Dios luchando contra el comunismo impío” (pp. 35-36). Winston Churchill de pensamiento conservador dijo que el mundo se había oscurecido con la aparición de una “ciencia perversa que hacía experimentos repugnantes con seres humanos”.

Pero la diplomacia actual tiene parecido con lo que antes se denominaba a las posiciones de fuerza militar como “la diplomacia de las cañoneras”, hoy debemos llamarla “la diplomacia de los bombardeos aéreos”, porque en la línea del razonamiento de GF Kennan (desarrolló la teoría del dominó respecto a la expansión del comunismo, si se permitía la derrota de Francia en Indochina) de que hacia finales del siglo XIX predominó “una mezcla de legalismo y moralismo en las palabras e impulsividad o brutalidad en los hechos” (hoy, hay mucha más brutalidad que moralismo), con tintes de loas a la divinidad, “Dios bendiga a Israel, Dios bendiga a Irán, Dios bendiga al Oriente Medio, Dios bendiga a los Estados Unidos y Dios bendiga a todo el mundo”, acaba de decir en días recientes el presidente Trump ante el pacto de “alto al fuego” entre Israel e Irán.
Y esta cursi proclama religiosa nos sirve de puente para plantear el siguiente mito que existe en los EU y que, entre otros, ha criticado duramente en su razón de ser intrínseca el presidente de Rusia Vladímir Putin, que es el del “excepcionalismo estadunidense”.
En una entrevista con el cineasta Oliver Stone, Putin dijo: “el excepcionalismo estadunidense (…) da origen a una mentalidad imperial que, a su vez, requiere de una política exterior correspondiente. Los dirigentes del país se ven obligados a actuar dentro de esta lógica, pero en la práctica resulta que no responde a los intereses del pueblo estadunidense […], porque a la larga deriva en fallos y problemas, demuestra que es imposible controlarlo todo. La doctrina del excepcionalismo estadunidense proclama que EUA tiene cualidades diferentes a las de otras naciones y que las reglas aplicables a todo el mundo no valen en el caso estadunidense” (Rusia Beyond https://es.rbth.com/noticias/2017/06/13).
Este otro mito fundante desarrollado hasta sus últimas consecuencias en variantes de construcción ideológica como el supremacismo blanco de Donald Trump, subyace en él la idea rectora de una especie de invencibilidad estadunidense en todas aquellas causas que emprenden los gobiernos de dicho país, “Dios Bendiga a los Estados Unidos”, es el lema preferido porque cualquiera que sea el propósito o los objetivos, los gobernantes están seguros de contar “con el favor de Dios”, para bombardear con napalm los campos vietnamitas, , para invadir otro país, para crear una red de prisiones clandestinas durante “la lucha global contra el terrorismo”, ejerciendo la tortura y la desaparición o el asesinato.
El teórico principal del “realismo en política exterior” que es Henry Morgenthau, y quien describe a EU como “único” entre las potencias pasadas y presentes “en cuanto tiene un propósito trascendente que debe defender y promover en todo el mundo: la instauración de la igualdad y la libertad”. Pero Morgenthau reconoció las fallas graves en el trayecto histórico de procesar en la realidad estos sustantivos: “reconoció que Estados Unidos ha violado con consistencia su propósito trascendente, pero explica que oponer esa objeción es cometer el error del ateísmo, que niega la validez de la religión con fundamentos similares. La realidad (…) es el propósito trascendente de Estados Unidos; el registro histórico no es más que el abuso de la realidad” (Chomsky, Noam, Regeneración, 13 de octubre, 2013).
Utilizó en el análisis de la política exterior un concepto “objetivo trascendente”, y según Noam Chomsky ello consiste para Estados Unidos en defender y promocionar en todo el mundo el establecimiento de la igualdad en la libertad, no la igualdad social, la libertad para todos en igualdad de condiciones. Esta idea es aceptada tanto en la doctrina de ‘excepcionalismo’, como en la del ‘aislacionismo’ (la política de no injerencia en asuntos externos que no entrañen una amenaza real para la nación)” aunque también se refieren a ella mediante “el aislacionismo”. Chomsky cita a Barack Obama diciendo: “lo que hace a Estados Unidos diferente, lo que nos hace excepcionales es que nos dedicamos a actuar con humildad, pero con determinación en donde detectamos violaciones en alguna parte” (ídem).
La derrota en Vietnam, por tal razón, provocó una gran crisis de conciencia nacional, un desfase grave entre la realidad histórica y los mitos idealizados. El propio Henrry Kissinger en “Mis Memorias” (1979) reconocía esta crisis así: “Norteamérica no estaba en paz consigo misma. El consenso que había sostenido nuestra política exterior de posguerra habíase perdido”, y agregaba: “Vietnam no fue una causa de nuestras dificultades sino un símbolo. Nos hallábamos en un periodo de penosas adaptaciones a una transformación profunda de la política global […] la causa más profunda de nuestra inquietud nacional […] era la comprensión de que estábamos asemejándonos a otras naciones en la necesidad de reconocer que nuestro poderío, si bien vasto, tenía límites” (p. 53).
Había un desfase profundo entre recursos a disposición, necesidades nacionales y capacidades para lograr sus objetivos, y la derrota en Vietnam lo constató así ante todo el mundo. Pasamos de la excepcionalidad idealizada a la excepcionalidad derrotada, en el contexto de una intervención militar con 500 mil soldados. Pero es también, no sólo en los discursos de toma de protesta de altos cargos en el Estado cuando los mitos fundantes se expresan con mucha claridad y precisión, sino también en los momentos de crisis relevantes para los gobiernos de EU. La derrota en Vietnam lo fue, sin duda alguna.
Se desmoronaron muchos mitos adyacentes, como el de la invencibilidad del ejército “más poderoso del mundo”, y como decía Henry Kissinger la credibilidad o estima de “todo cuanto habíamos hecho durante la posguerra”. Durante la firma de los acuerdos el propio ex secretario de Estado comenta en Mis Memorias, que el general William Westmoreland comandante supremo del ejército intervencionista de Estados Unidos, le dijo al representante vietnamita en la firma de Acuerdos de Paz en Ginebra, pretendiendo traer a esa mesa la fama de invencibilidad de su ejército, a disgusto e incómodo en la ceremonia, dijo : “en realidad, ustedes no nos ganaron ninguna batalla importante”, le respondió el general vietnamita: “eso ahora ya no tiene importancia”, un país como Vietnam había obligado al gobierno del Estado de la Unión Americana a detener los combates, a salir sin protocolos de ningún tipo de los escenarios de guerra, viendo derrumbarse en cosa de horas a su aliado militar y político de Vietnam del Sur, en una huida grotesca y lastimosa. Un gobierno marioneta prendido con alfileres.
Cayeron muchos mitos, como el del signo de libertad como identificación de los gobiernos nacionales, el de la democracia republicana como única forma de vida, el de la protección de los derechos humanos en el mundo, etcétera. La constancia de esta política de poder supresor de la diversidad a lo largo de más de medio siglo, no es un desfase con la realidad, sino un antagonismo entre propósitos y acción real.
Pero los presidentes de EU no pierden oportunidad de ratificar su existencia y vigencia: en otro grave momento de crisis como fue “el ataque a las Torres Gemelas” en Nueva York” (11 de septiembre de 2001), en las horas posteriores al mismo, y durante su primer discurso frente a la televisión, el presidente George W Bush dijo como cierre de dicho discurso: “Ninguno de nosotros olvidará este día. Pero vamos a seguir defendiendo la libertad y todo lo bueno que hay en el mundo” (Woodward, Bob, 2002, p. 51). Los mitos fundantes y su proyección hacia todos los países del planeta, y ellos como líderes. Mejor dicho, la mitificación de principios de doctrina éticos, políticos, religiosos y de cultura.
Después en dicho gobierno, llegaron los “corolarios”: la Ley Patriota”, las Leyes de la Victoria” I y II, con una enmienda importante de coyuntura ante la persistencia del riesgo: “la opción por la seguridad antes que la libertad”, aunque temporalmente, pero se quedaron. Aquí se trastocó o quizá sólo se invirtió un mito central: la ultra seguridad debía prevalecer para proteger la libertad. Apreciemos la coincidencia con Donald Trump, quien en general exacerba los mitos, muy posiblemente porque la decadencia que le ha tocado enfrentar en más profunda que a los anteriores.
Pero George W. Bush a la par que prometía defender la libertad y todo lo bueno que hay en el mundo, preparaba una invasión masiva por distintos países: mediante lo que fue denominado la “Doctrina Bush” se preparaba un ataque a escala: “No haremos distinciones entre quienes planifiquen estos atentados y quienes les den cobijo”, no era una amenaza directa de “represalias militares con objetivos concretos”, fue una sentencia para aquellos otros gobiernos nacionales de países que conforme a la información de los servicios de inteligencia, participaban en tales ataques. En otro momento, refrendando su doctrina aseveró: “hemos tomado la decisión de castigar a quienes den cobijo a los terroristas, no ya sólo a quienes hayan cometido los atentados”, y cuando se le comentaron “las complicidades” de gobiernos en la región, Afganistán, Pakistán, Irak, y otros dijo: “Es una oportunidad magnífica”. El director de la CIA, Tener le dijo: “nos enfrentamos a un problema que está en sesenta países”, respondió el presidente Bush: “pues vayamos uno por uno” (ídem, pp.52-53). Insólito.
He allí el razonamiento de uno de los “campeones de la libertad”. Había emergido la “lucha global contra el terrorismo”, que creó la más grande red conocida luego de prisiones clandestinas en donde estaban “cautivos”; ¿de quién eran prisioneros los miles de supuestos combatientes del terrorismo islámico, que fueron brutalmente torturados con métodos de la psiquiatría avanzada para que se declararan culpables de actos terroristas contra EU? El ícono de esta infamia impune fue la prisión de Abu Ghraib en Irak, luego de ser ocupado. Un militar estadunidense que participó en las sesiones de tortura de nombre Jeremy Svits, dice la narrativa que era “grande como un oso” llegó a declarar: “me odiaba a mí mismo por los abusos cometidos”, que incluían los de tipo sexual, presentados en la TV estadunidense en CBS News el 28 de abril de 2004. No sucedió nada (https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional) 44165869).
Sin embargo, más radical que la propia crítica de Putin, por ejemplo, está la de Noam Chomsky y Nathan J Robinson: “el mito del idealismo americano”, en el que sostienen que: “el mito del idealismo estadunidense se emplea para excusar un comportamiento que ha provocado una destrucción colosal y la pérdida de numerosísimas vidas“, calificando a Estados Unidos de “una superpotencia canalla” cautivada por una “mitología auto complaciente”.
Todo ello cultivado por una “mitología autocomplaciente“. Sostiene: se da por sentado que podemos usar la fuerza en favor de nuestros intereses y que cualquier acusación a EU de cometer “crímenes de guerra, es un planteamiento antipatriótico y escandaloso”, cuando “en realidad nuestros intereses son un eufemismo que se refiere al interés de las élites adineradas”, continúan los autores diciendo que se procede “con doble moral” para “racionalizar una matanza masiva o una agresión criminal bajo la bandera de violencia justificada por el compromiso de una defensa de la democracia y los derechos humanos”, todo lo cual tilda de “nobles fines con una lógica mafiosa”.
El gobierno 2.0 de Donald Trump ha sido particularmente prolífico en construcciones ideológicas para gobernar bajo la parte de excepcionalidad de las normas jurídicas cuando se trata de asuntos de emergencia nacional, él usa tales excepciones con solo determinar que para su gobierno tal o cual tema, diferencia de enfoque o conceptual, o problemática presente, configura un tema de afectación a la seguridad nacional de EU, y los poderes de emergencia llegan a él. Evidentemente las líneas de continuidad y las tareas de complementación respecto de su primer gobierno están presentes, pero, bajo esta modalidad de ejercicio del poder indicada.
En una valoración metodológicamente cualitativa por somera que pueda ser, la política del primer periodo de Donald Trump trató de ser “aislacionista”, y cuando se tuvo que actuar no dudó un segundo en moverse en función de un enfoque realista de su acción política exterior. En la medida de ese propósito “aislacionista” o insular, podemos pensar que sus componentes centrales estaban en la concepción de excepcionalismo volcado a su interior, a lo nacional. Ahora es distinto.
El presidente Donald Trump con sus construcciones ideológicas, su praxis política y sus formulaciones legales en nuestros días, está extremadamente lejos de las configuraciones propias del idealismo de los “padres Fundadores” y de la tradición idealista de la que habla Raymond Aron “de Wilson a Truman”, del republicanismo federalista, y mucho más lejos está del naturalista y líder político y religioso Thomas Jefferson que fundó el Partido Republicano, impugnador de “la razón de Estado y el despotismo”. Considero que Donald Trump pretende actuar bajo una idea de fusión de las formas de ejercicio de poder del creador de la política del “gran garrote” Theodore Roosevelt y George W Bush, de la fuerza militar contra los enemigos construidos de EU, republicanos los tres, fanáticos de la doctrina realista con la que desarrollaron políticas punitivas hacia el interior y el exterior.
En las formulaciones clásicas de la ciencia política, uno de los teóricos más lúcidos, el Barón de Montesquieu usaba en forma destacaba una categoría de análisis fundamental, el Despotismo, el cual consideraba una forma de ejercicio del poder extraeuropeo (lo mismo pensaba Vico) ya que la entendían como propia de sociedades en estado de salvajismo. Mucha tinta ha corrido desde entonces y muchos cambios ha habido, pero sigue contraponiéndose la forma de poder despótica a las mínimas formas democráticas de sujeción constitucional de los gobernantes. Habló Montesquieu como formas de gobierno, de monarquía, república y despotismo, este último “sin leyes ni frenos pues arrastra a todo y a todos, tras su voluntad y sus caprichos” el principio para esta forma de poder es “el miedo” (Bobbio, 2012, p. 127).
La forma despótica de ejercer el poder desconoce, margina o anula “los cuerpos de poder intermedios”, “los contrapoderes” que obstaculizan el poder omnímodo, toda acción de contención de actores políticos contra ello, propicia una respuesta punitiva de los más variados tipos, incluyendo la estigmatización, la calumnia, la mentira consciente e intencionada, se gobierna para “los cuerpos privilegiados” de la sociedad que apoyan el ejercicio centralizado del poder. El despotismo anula o debilita incluso la división vertical del poder, llamada también “división de poderes”, así como la división horizontal, ambas propias de las repúblicas democráticas. Esta forma de gobierno emerge condicionada por todo tipo de factores incidentales: naturales, históricos, geográficos, económicos, jurídicos, sociales, religiosos, tradicionales, cuya resultante es un “poder incontrolado” en donde los aparatos burocráticos poderosísimos son “el nervio del despotismo”
Es evidente que el tipo de régimen político que hasta hoy nos ha mostrado el presidente Donald Trump, no sólo reniega de la “tradición idealista” en materia nacional, sino que por momentos reiterados se desplaza hacia el perfil de un gobierno despótico y punitivo. Su fanatismo para actuar con apoyo en la doctrina realista en materia de política exterior también está imbuido de políticas punitivas, persecutorias, hoy a unos, mañana a otros, hoy con un argumento de poder regio, mañana con otro. El poder nacional va por delante (que incluye el poder militar).
La guerra psicológica como componente político y/ o militar que también usa el presidente Trump y los miembros de su gabinete, representa el uso planificado de la propaganda negra en contra de gobiernos, instituciones y personas, para influir en la mentalidad, las emociones y opiniones, condicionando los comportamientos de las audiencias adversarias y partidarias. La última andanada de supuesto lavado de dinero en los circuitos financieros mexicanos, sin presentar las evidencias halladas en la investigación efectuada por el Fincen de EU, es parte de esa guerra sucia que surge al momento en que en México se discuten cambios en los ordenamientos jurídicos respectivos para mejor luchar contra este grave flagelo, que ciertamente en México alcanza niveles muy relevantes.
El gobernador de California Gavin Newson le ha asestado un doble revés en favor de los inmigrantes que trabajan en el Estado: desplegó a sus propias Fuerzas Armadas estatales al 80 por ciento de su totalidad para proteger la soberanía del Estado, quienes tienen facultades constitucionales para proteger esa potestad soberna, y les ordenó que se trasladaran hacia la frontera con México. Así respondió el gobernador al ultimátum del presidente Trump para que le entregaran a todos los inmigrantes ilegales que están en California.
Además, una nueva ley entra en vigor en California y es la SB-627 que prohíbe que los agentes del ICE o cualquier cuerpo federal proceda en forma punitiva contra inmigrantes, sin orden judicial alguna, ambos durísimos reveses para esa política del presidente Trump de despotismo punitivo. La lucha contra este régimen avanza incluso dentro de los propios EU. Ante tales reveses nuevamente voltea a México para proseguir su ofensiva política y mantenerse en el primer círculo atención.
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