Moda rápida, moda asesina

Moda rápida, moda asesina

FOTO: 123RF

La moda rápida es un emblema de la irracionalidad del sistema económico actual, del modelo económico extractivista que rige al mundo, y de la explotación que sufre el Sur Global (o la periferia económica) a manos del Norte Global (o del centro económico). Todo, para el beneficio inmediato, pero suicida a largo plazo, del capital.

A partir de reformas neoliberales y de la globalización de la economía, las cadenas de producción se volvieron internacionales. Esto redujo los costos de producir y mover productos, entre ellos ropa y textiles, ya que la mano de obra pasó a ser subcontratada a países de la periferia económica. El modelo de fast fashion, moda pronta o moda rápida se basa en la producción masiva de ropa con recambios frecuentes, con la finalidad de sacar al mercado estilos novedosos, de la manera más rápida y barata posible. Las prendas se fabrican para no durar, y para ser desechadas rápidamente como basura. Actualmente, una de cada seis personas están empleadas en trabajos relacionados con la moda, 80 por ciento de las cuales son mujeres.

El fast fashion aparenta democratizar el consumo por el bajo costo, pero ese bajo costo financiero para el consumidor oculta un alto costo humano, ambiental y ético. Desde el uso excesivo de recursos naturales, hasta la explotación laboral de las personas en la periferia global, el verdadero costo del fast fashion es gigante y actualmente recae en el planeta y en comunidades vulnerables.

En primer lugar, aunque los estimados varían, se estima que la industria textil produce el 10 por ciento de las emisiones totales de dióxido de carbono (CO2). Bajo el dogma irracional de crecer este sector económico, se estima que las emisiones de la moda rápida aumentarán un 50 por ciento al 2030. El 60 por ciento de la producción mundial de fibras se destina a la industria de la moda, y el resto a interiores, textiles industriales, geotextiles, agrotextiles y textiles higiénicos, entre otros usos (Muthu, 2020). Para mantener bajo el precio de producción, las prendas de moda rápida se fabrican a menudo con materiales como el poliéster, una fibra sintética y barata fabricada a partir del petróleo, un combustible fósil no renovable, al cual le toma 200 años degradarse, y son las prendas cuya producción mayores emisiones generan.

La industria textil es también una de las principales consumidoras de agua dulce: consume 79 billones de litros al año. La producción y distribución de una sola camisa puede requerir 12m3 de agua, lo que una persona tardaría alrededor de 10 años en beber.

La industria textil también genera el 20 por ciento de la contaminación industrial del agua, contribuye en un 35 por ciento a la contaminación primaria oceánica por microplásticos, y produce >92 millones de toneladas de residuos textiles al año. La contaminación del agua, resultante de la descarga de productos químicos no tratados en los procesos de teñido, no sólo daña los ecosistemas acuáticos, sino que también pone en peligro la salud y los medios de vida de las comunidades aledañas. La exposición a sustancias químicas daña a las trabajadoras de las fábricas textiles (la mayoría son mujeres), ya que los operarios de producción están expuestos a una serie de sustancias químicas, especialmente los que se dedican al teñido, estampado y acabado. Un reporte de las Naciones Unidas estimó que muere un trabajador cada 30 segundos en el mundo por exposición a productos químicos tóxicos, pesticidas, radiaciones y otras sustancias peligrosas. Los trabajos más riesgosos incluyen los que se dedican a medios de vida altamente tóxicos, como la minería, la eliminación de residuos y actividades manufactureras, como el textil, así como agrícolas.

Muy pronto después de su producción, las prendas del fast fashion terminan en la basura. Se estima que el 85 por ciento de los textiles acaba en vertederos o se incinera, cuando la mayoría de estos podrían reutilizarse. En la Unión Europea, sólo el 1 por ciento de las prendas se recicla en ropa nueva. Lo más impresionante es que se calcula que hasta el 40 por ciento de los textiles no se usan, y terminan como basura, principalmente en el Sur Global (en la periferia económica), como en el desierto de Atacama en Chile (Bartlett, 2023).

A pesar de que 85 por ciento de los textiles acaba en basureros o se incinera, la producción textil per cápita mundial sigue en aumento. Por ejemplo, la cantidad de ropa comprada en la Unión Europea por persona ha aumentado un 40 por ciento en sólo unas décadas. La producción mundial de fibra textil per cápita ha aumentado de 5.9 kg a 13 kg al año durante el periodo 1975-2018 (Chemiefaser, 2023), y las marcas de moda producen hoy casi el doble de ropa que antes del año 2000. A pesar del aumento en el número de artículos que la gente tiene, los bajos costos de las prendas y calzado han hecho que la gente gaste menos en ropa. Por ejemplo, en la UE y el Reino Unido el precio de las prendas de vestir se redujo en un 36 por ciento en unas décadas.

La industria de la moda rápida no sólo depende de materiales baratos, sino también de mano de obra barata y de explotación laboral en el Sur Global. Según el documental The True Cost, el 85 por ciento de las empleadas son mujeres, muchas menores de edad, ganando dos dólares al día y trabajando bajo condiciones de trabajo inhumanas. Sólo el 2 por ciento de las trabajadoras tienen un salario que les permite cumplir sus necesidades básicas. Además, las empresas de confección suelen recurrir a países como India, Bangladesh y Pakistán para la fabricación de sus productos. Un ejemplo claro de las condiciones inhumanas en las cuales trabaja la gente para el fast fashion fue el colapso del edificio Plaza Rana en Bangladesh, dónde murieron más de 1 mil personas y hubo más de 2 mil personas heridas.

Estas prácticas de explotación de recursos y mano de obra del Norte Global al Sur Global es un patrón general del sistema económico actual. Recientemente, investigadores evaluaron la escala de la apropiación neta de mano de obra y recursos del Norte Global a través del intercambio desigual en el comercio internacional y las cadenas mundiales de productos básicos en la economía mundial entre 1995 y 2021. En 2021, las economías del Norte global se apropiaron de 826 mil millones de horas netas de trabajo del Sur Global, generando 16.9 billones de euros de ganancias neta para el Norte. Según los autores, esta apropiación duplica la mano de obra disponible para el consumo del Norte, drena al Sur de una capacidad productiva que podría utilizarse para necesidades humanas y el desarrollo local. El intercambio desigual está impulsado en parte por las desigualdades salariales sistemáticas. Los salarios del Sur son entre un 87 por ciento y un 95 por ciento más bajos que los del Norte por un trabajo de igual cualificación. Aunque los trabajadores del Sur aportan el 90 por ciento de la mano de obra que impulsa la economía mundial, sólo reciben el 21 por ciento de los ingresos mundiales.

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La moda rápida atenta contra los derechos humanos, perpetúa la pobreza y desigualdad entre regiones del mundo, facilita la continuidad de un sistema donde la dignidad y el bienestar de las trabajadoras son sacrificadas para las ganancias corporativas. En un mundo democrático, tendríamos voz y voto sobre qué sectores económicos realmente benefician a la humanidad, y cuáles no. El fast fashion sería uno de los primeros en desaparecer.

 

Ornela de Gasperin Quintero*

*Investigadora de la Red de Ecoetología, INECOL, AC; miembro del Laboratorio Nacional de Biología del Cambio Climático, SECIHTI; miembro de Académicxs con Palestina contra el Genocidio; miembro de Rebelión Científica México; contacto: [email protected]

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