Harare, Zimbabue. Hace más de 1 mes, perdió a sus padres, a su hermano y a su cuñada por la Covid-19. Luego su prometido también tuvo que emprender su batalla contra el coronavirus, pero Melinda Gavi, de 27 años, seguía convencida de que ella no había contraído la enfermedad.
Eso sí, Gavi se unió a las multitudes que buscan vacunarse contra la Covid en el hospital Parirenyatwa de Harare, la capital de Zimbabue, a pesar de que antes de que la enfermedad se ensañara con su familia era escéptica sobre la necesidad de inmunizarse contra el virus.
Sus fallecidos padres, hermano y cuñada eran igualmente escépticos respecto a las vacunas anticovid, antes de que se contagiaran y finalmente murieran.
En este país del sur de África de unos 15 millones de habitantes, casi 5.5 millones han recibido al menos una dosis de la vacuna anticovid, según el rastreador de Covid-19 de Reuters, lo que dado que cada persona necesita dos dosis, representa apenas 18.8 por ciento de la población.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) confirmó este mismo mes que Zimbabue había recibido 943 mil 200 dosis en septiembre, dentro del mecanismo mundial de Covax, que encabeza las Naciones Unidas, para impulsar la campaña de vacunación en el Sur en desarrollo.
IPS ha seguido los operativos de vacunación en varios centros sanitarios del país durante los últimos meses, registrando las experiencias personales de la gente que estaba en las filas para ser inmunizada.
Gavi contó que tardó días en poder vacunarse.
“Este es mi tercer día viniendo aquí a Parirenyatwa para intentar vacunarme”, dice a IPS mientras hacía una larga y serpenteante fila en el mayor hospital de Zimbabue.
Unas 200 personas se congregaban ese día en la parte trasera del hospital, algunas con aspecto cansado mientras permanecían horas en la fila. Algunos se iban sentando en las aceras o los parterres, en espera que llegase su turno mientras la fila avanzaba muy lentamente.
“Tenemos dosis de vacunas limitadas, y a menudo en un día estamos vacunando a solo 80 personas y todos los demás a menudo regresan a casa sin ser vacunados”, reconoce a IPS una enfermera, quien pidió reserva de su nombre por no estar autorizada a hablar con los medios.
En febrero de este año, Zimbabue comenzó a vacunar a sus ciudadanos contra el coronavirus tras recibir una donación de 200 mil dosis de la vacuna china Sinopharm.
Pero cuando la vacuna llegó por primera vez, fue recibida con un gran escepticismo en plataformas de medios sociales como WhatsApp, Twitter y Facebook, en una campaña negacionista que alimentó las dudas sobre la vacuna.
Este ya no es el caso. Ahora el personal sanitario tiene que luchar contra la multitud que lucha por vacunarse cuanto antes.
“Con el tiempo, a medida que más y más personas se vacunaban sin graves temores de seguridad, el público se tranquilizó y la demanda de vacunas empezó a aumentar gradualmente”, explica el epidemiólogo Grant Murewanhema.
En Bulawayo, la segunda ciudad del país, a 365 kilómetros al suroeste de Harare, IPS observa cómo en el Hospital Unido una enfermera avanzó a lo largo de la cola de personas que esperaban ser vacunadas, contando hasta 60, y les dijo a las demás que volviesen temprano al día siguiente, porque solo había ese número de dosis.
En el número 60 estaba Jimmy Dzingai, de 47 años, un camionero, que suspiró aliviado y cruzó las manos en el pecho mientras decía: “menos mal, al menos me voy a vacunar hoy”.
A los que se les dijo que se marcharan, lo acataron pero refunfuñaron mientras salían del hospital, algunos agitando sus mascarillas en señal de protesta, gritando a las autoridades del centro por haberlos rechazado.
“No es la primera vez que vengo aquí para intentar vacunarme. He estado aquí cuatro veces, y este es mi quinto día desde mediados de junio, sólo para obtener excusas”, dice a IPS Limukani Dlela, un hombre de 54 años, residenciado en Matsheumhlope, un suburbio de la ciudad.
La corrupción y el nepotismo están detrás de la amarga batalla de este país sudafricano contra la covid, y muchas personas como Dzingai, el camionero, no se han librado de esas lacras.
Mientras Dzingai se encontraba al final de la cola, cuatro mujeres de mediana edad pasaron por delante de él y de todos los demás, dirigiéndose directamente a la cabeza de la cola. Inmediatamente fueron inmunizadas y se fueron.
Las enfermeras que estaban en la mesa de vacunación explicaron que eran miembros del personal del hospital y no podían esperar con los demás.
Pero todos pudieron ver que las cuatro mujeres privilegiadas salieron inmediatamente el hospital, en cuanto se le inyectó su dosis, además de no llevar ningún uniforme a identificación, al contrario del personal del recinto.
“Estaba hablando con mis jefes ahora mismo, y me han cargado el camión para llevar la entrega a Zambia. Les he dicho a mis jefes que iba a recibir la vacuna. En cambio, me dicen que no me van a vacunar. Deberían conseguir agua para inyectarme y darme el certificado de la vacuna. No me iré de aquí sin ella”, jura el camionero.
Pero la enfermera le replica que “hoy no se vacunará. Desgraciadamente, eso no ocurrirá”.
Pese a sus protestas, tanto Dzingai como las otras tres últimas personas en la fila tuvieron que irse sin recibir su dosis.
Para responder a la creciente ansiedad por vacunarse de muchos zimbabuenses, el gobierno ha autorizado el uso de las vacunas chinas Sinovac y Sinopharm, la rusa Sputnik V, la india Covaxin y la estadunidense Jensen.
Pero las vacunas escasean y los sobornos están a la orden del día en los hospitales de Zimbabue, como el Sally Mugabe, de referencia en la capital.
Lydia Gono, de 24 años y residente en Southertorn, un suburbio de ingresos medios de Harare, dijo que tuvo que recurrir a “mi cartera”, que en la jerga local significa pagar un soborno, para poder vacunarse rápidamente en ese centro hospitalario, el más cercano a su vivienda.
“Me pasé casi una semana intentando vacunarme aquí sin éxito, pero hoy simplemente enrollé un billete de 10 dólares en mi mano y estreché la mano de una enfermera que atendía la fila, dejando el billete en su mano. Me llevaron al frente y me vacunaron sin demora alguna”, dice Gono a IPS.
Cansados de la corrupción y el nepotismo y de las tácticas dilatorias que caracterizan el proceso de vacunación en los centros sanitarios públicos, muchos trabajadores de ingresos medios, como Daiton Sununguro, de 35 años, han optado por acudir a los centros médicos privados para vacunarse, desembolsando 40 dólares por una cada dosis.
“Pagar es mejor que tener que esperar muchas horas para vacunarse en los centros sanitarios públicos. Así que volveré y pagaré los otros 40 dólares por mi segunda dosis”, dice Sununguro a IPS en un elegante centro médico privado en el suburbio hararense de Mount Pleasant.
Jeffrey Moyo/Inter Press Service (IPS)
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