Economía a la sombra: la oscuridad del poder del capital

Economía a la sombra: la oscuridad del poder del capital

Se suele pensar en la economía como una actividad formal y legítima en tanto búsqueda de las condiciones para sobrevivir
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Se suele pensar en la economía como una actividad formal y legítima en tanto búsqueda de las condiciones para sobrevivir. En el imaginario de las personas se parte de la propia experiencia en la dura labor de alcanzar el sustento que permita enfrentar los gastos y compromisos, mes con mes. La realidad inmediata nos lleva a considerar esta esfera como sinónimo de “ganarse la vida”. No obstante, detrás de esta narrativa de esfuerzo y sacrificio se esconden monstruos que no alcanzamos a entender a cabalidad, pues apenas y nos percatamos de sus efectos cuando son estridentes y logran irrumpir en la cotidianeidad como actos de violencia aparentemente extraordinaria.

Estas anomalías nos agobian, pero la lucha diaria nos lleva a ignorarlas, archivándolas como problemas ‘para después’. Intuimos su gravedad, pero sin información suficiente, parecen irresolubles, como un hechizo que nadie puede romper.

Desde luego, este velo esconde la fortaleza ideológica clave del capitalismo: la complejidad convence a la población de que su disolución es un hecho imposible. De aquí que la economía política, que tiene por objeto desarrollar los análisis que permitan develar las múltiples dimensiones, se convierta en un peligro para el estatus quo. Es la visión crítica en especial la que se inscribe dentro de la tradición de que no solo es posible sino necesario modificar las formas de producir y distribuir la riqueza colectiva.

Los conceptos nos ayudan a visualizar estas relaciones sociales convertidas en fuerzas desplegadas en nuestro ambiente social. La economía usa un cuerpo de conceptos que, combinados entre sí, forman una imagen general del sistema, con lo que, por ejemplo, se pueden visualizar las relaciones que constituyen la experiencia de los empresarios o el gobierno sin tener que haberlo experimentado en carne propia. Además, estos análisis develan la existencia de relaciones de poder entre grupos diferenciados en clases sociales que componen diferentes formas de Estado.

Para nuestra fortuna, la batalla contra el neoliberalismo nos ofrece mucha experiencia para detectar lo que significa que el sector privado; por ejemplo, sea quien domine el espectro, este siempre conlleva un empobrecimiento sistemático, el uso y abuso de fuentes naturales y reiteradas argucias para evitar el pago de impuestos; o bien, pensemos en la experiencia del sector público que, cuando se entrega a los intereses privados o, lo que es más grave, a los intereses de un país extranjero, se trata de un aparato gubernamental corrupto, en el sentido que solo responde ante los estímulos sectarios, a costa, incluso de su propio desmembramiento.

Además de estos conflictos intersectoriales, que ya resultan inquietantes, hay un fenómeno aún más oculto: la economía criminal. No obstante, las actividades de esta esfera no se circunscriben a los márgenes o accidentes, sino que hacen parte de la operación conjunta con la economía considerada legal, el mejor ejemplo es la criminalidad latente en las actividades corporativas de las empresas trasnacionales al esconder ganancias en los paraísos fiscales, o de los nulos escrúpulos en las apuestas en bolsa contra el destino de países y la vida de su población. O, a nivel civilizatorio, la incapacidad de la Organización de las Naciones Unidas para detener el genocidio en Palestina.

Pero también es importante anotar el ejemplo del despliegue del narcotráfico, no solo como actividad delictiva, sino en tanto empresa que también persigue la ganancia. Por ejemplo, la “guerra contra el narcotráfico” de Felipe Calderón no se trató de combatir el crimen, sino que, en última instancia, facilitó la consolidación de un régimen monopólico en el tráfico de drogas, beneficiando a ciertos cárteles.

El problema es que, como cualquier otro sector empresarial económico, la competencia entre capitales, la competencia por la ganancia activa siempre es un asunto de vida o muerte, los más bajos instintos son admitidos si estos permiten alcanzar tasas extraordinarias de ganancias en el mercado.

El problema se complejiza cuando descubrimos que la economía criminal aprovecha la sombra para tender cadenas productivas que se reflejan en la trata de blancas, mercados negros, cobros de piso, secuestros, etc. que inhiben la posibilidad de que el mercado interno se rearticule. La lógica del capital es implacable: si un mercado permite crear un monopolio, su defensa será feroz. La luz y la sombra bajo el capital comparten la misma racionalidad de la ganancia, de aquí que la crudeza y violencia que se genera en la oscuridad sea un reflejo de lo que se ha normalizado en la luz.

Como se puede advertir, estos fenómenos ya no tienen nada que ver con “salir adelante” o con una simple reproducción de la vida, se trata de la búsqueda de posiciones de poder en los mercados para producir condiciones monopólicas, entendiendo este concepto como el mecanismo que normaliza competir a toda costa por sobrevivir en el negocio. Parte de este proceso es consolidar posiciones de fuerza imponiendo barreras y destruyendo a posibles competidores.

En esto se finca la violencia sistémica de la estructura del sistema capitalista. En la esfera oficial, el capital logra explotar al trabajo a través de su captura bajo formas tecnológicas (ya sea de producción o de consumo) y a la sombra no duda en utilizar guardias blancas o esquemas fraudulentos para salvaguardar su posición ventajosa.

Por ello, el punto estratégico del proceso de transformación es el control popular sobre los procesos macroeconómicos, el papel del Estado implica la reorganización estructural de la economía de tal manera que disuelva la dominación monopólica instaurada en su territorio. El aparato gubernamental tiene la facultad –de hecho, su principal función– de planear y programar la secuencia de los cambios estructurales para poder modificar las estructuras en el corto y mediano plazo que permitirán acceder a una nueva organización económica.

De aquí que, para producir el cambio, el sector social debe reivindicarse como el soberano económico, en sujeto destino de la ejecución de los planes económicos. La visión post neoliberal del crecimiento por el crecimiento da paso a la noción de desarrollo, pero uno más: el contenido del desarrollo. No se trata de la reproducción de la ganancia sino de la vida de la sociedad humana.

No es lo mismo hacer industria para las ganancias corporativas que para la satisfacción de las necesidades de la propia sociedad. Pero para lograr esto no se puede simplemente expropiar, esto supondría que ha dejado de existir toda fuerza de reacción del propio capital, se tiene que actuar de forma estratégica, es decir, cambiar la lógica de funcionamiento esencial que inhiba el motor creador de monopolios y muestre, eventualmente, la superioridad de lo cooperativo sobre lo individual.

Como hemos postulado, la economía a la sombra no es un fenómeno marginal, sino una expresión intrínseca del capitalismo que entrelaza la legalidad con la criminalidad, el poder con la explotación. Pero este sistema está llegando a su fin. En el planeta se ha desatado una crisis política global que pone en evidencia la fragilidad de las instituciones occidentales y, por tanto, sus fundamentos. El desafío está en construir, a la luz de este momento de recambio histórico y desde el sector social la estrategia de Estado que permita instalar un control colectivo sobre los intereses privados. ¿Podemos seguir ignorando las sombras del capital, o ha llegado el momento de asumir nuestra responsabilidad colectiva para construir una economía que priorice la vida sobre la ganancia?

Oscar David Rojas Silva*

*Economista (UdeG) con estudios de maestría y doctorado (UNAM) sobre la crítica de la economía política. Es director del Centro de Estudios del Capitalismo Contemporáneo, y comunicador especializado en pensamiento crítico en Radio del Azufre y Academia del Azufre. Académico de la FES Acatlán (UNAM)

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