El historiador Josep Fontana ha descrito la crisis con veraz lucidez: “Empezó en el verano de 2007 como problema local de Estados Unidos, pero enseguida afectó al mundo entero y dejó sin trabajo, sin vivienda ni recursos a millones de personas, condenando al hambre a muchos millones más. Los responsables de provocarla con sus especulaciones pretendieron que la crisis era por excesiva intervención del gobierno y excesivo costo social. E impusieron la austeridad presupuestaria como única solución para salir de la crisis”.
No salimos. Fue mucho peor. Como explica Marco Antonio Moreno, 9 años después las bolsas bajan y los Estados petroleros pasan apuros por el descenso del precio del crudo, mientras “la recesión mundial, que ya está aquí, provoca miles de despidos de trabajadores de la banca en Alemania; la eurozona no levanta cabeza; Grecia, moribunda; Francia, enferma; Alemania, afectada; y España, débil”. Más un desempleo que no cesa o deviene trabajo precario muy mal pagado.
Algo va mal cuando la Organización de las Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) coinciden en que se ha frenado la economía. Y preocupa que China dé sustos un día sí y otro también, tras haber sido la gran esperanza económica de Occidente por su continuo crecimiento (hasta ahora) en tanto que la recesión amenaza a Brasil y a Rusia, también grandes promesas de sacar del hoyo al capital.
Por su parte, el FMI rebaja otra vez sus previsiones de crecimiento global porque el de los países emergentes es bastante menor que el pronosticado. Además, cabe señalar que sus informes periódicos en los últimos 30 meses insisten en el empeoramiento de la situación. El denominador común de los informes es que el crecimiento es demasiado lento durante demasiado tiempo.
En enero de este año, el economista Alejandro Inurrieta pronosticaba que las perspectivas económicas globales para 2016 no eran nada halagüeñas y muchos economistas reconocían que en 2016 podría haber un retroceso económico considerable. Joaquín Estefanía describe con acierto el momento económico actual como “coqueteo con otra gran recesión” porque, insiste el periodista, “la economía mundial reduce aceleradamente su ritmo de crecimiento y los pocos organismos globales de gobernación miran hacia otro lado. Como si otra gran recesión no fuera posible. Y posible es, bien porque se reactive la crisis nunca resuelta de 2007, bien porque estalle otra de burbujas de activos y, sobre todo, la enorme burbuja de la deuda. Deuda pública y privada mundial que ya es casi el 300 por ciento del producto interno bruto (PIB) global”.
Que los organismos globales de gobernación nada hacen lo demuestra el G20. Constituido en 2009 por los siete países más ricos del mundo, más Rusia, 11 países emergentes y la Unión Europea, su propósito era convertirse en foro de debate económico mundial para encontrar soluciones. Pero 6 años después no han debatido nada que valga la pena ni contribuido un ápice a salir del agujero en el que está el mundo.
¿Qué ha hecho el G20? Recurrir a las máquinas de imprimir billetes y mantener tipos de interés bajos por medio de los bancos centrales. Pero no parecen políticas eficaces cuando el crecimiento mundial es menor que al empezar la crisis en 2007. Por cierto, habría que reflexionar a fondo qué tipo de crecimiento se necesita.
Afrontar el desaguisado económico no es trabajo de bancos centrales. Exige decisiones y actuaciones políticas. Como poner en marcha un cambio de fiscalidad y acabar con las fiscalidades regresivas perpetradas en la década de 1980, mantenidas y aumentadas para favorecer a una minoría muy reducida que acumula riqueza de modo obsceno y peligroso, además de poner cerco a los nefastos paraísos fiscales.
Y decidirse de una vez a regular y controlar las transacciones financieras contra la desaforada especulación con deuda, seguros, inmuebles… Pues desregulación y ausencia de control hacen imposible superar la crisis y que pueda haber otra recesión.
Permitir que la banca comercial y de inversión se unieran hace unos años, además de suprimir cualquier control de compra y venta de activos futuros y derivados, dejó la puerta abierta de par en par a la más desaforada y destructiva especulación financiera. Y de aquellos polvos, estos lodos. O cambiamos algunos principios y reglas de juego, se va abandonando el neoliberalismo, o esto no hay quien lo arregle. Lo demás son paños calientes, marear la perdiz o tomar el pelo.
Xavier Caño*/Centro de Colaboraciones Solidarias
*Periodista y escritor
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ARTÍCULO]
Contralínea 485 / del 25 al 30 de Abril, 2016