Este 20 de enero, con el ascenso formal de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos, el mundo entero –y en particular sus socios comerciales del T-mec, Canadá y México– sabrá hasta qué punto la narrativa beligerante del primer mandatario transitará de las palabras a los hechos.
El gobierno del republicano apunta a ser una pésima reedición neocolonialista en pleno siglo XXI, destinada al fracaso en un mundo globalizado con reglas definidas. En este contexto, la nación más poderosa del mundo puede jugar con fuego al intentar violarlas. Aunque, correría el riesgo de quedarse sin aliados en su propio continente.
Apenas ganó los comicios en noviembre pasado, Trump comenzó a lanzar toda suerte de advertencias a México. Amenazó con deportaciones masivas y probables incursiones militares para combatir a los cárteles de la droga. Estos últimos, bajo su óptica, son los responsables de la muerte de decenas de estadunidenses por el consumo del letal fentanilo. De igual manera, empleó la amenaza de imponer un 25 por ciento aranceles a las exportaciones a su territorio, como arma de presión.
Desde un principio, la respuesta de la presidente Claudia Sheinbaum fue de mutuo respeto. Además de adoptar una posición firme en el sentido de que México es un país libre y soberano. La misma fue refrendada al rendir su informe por sus 100 días de gobierno en el Zócalo capitalino. En este discurso, también enfatizó que, con la nueva administración del gobierno estadunidense, habrá coordinación y colaboración, pero nunca “subordinación”.
Empero, el tono agresivo y amenazante de Trump se hizo extensivo a Canadá, su otro socio comercial, al sugerir al ahora depuesto Primer Ministro, Justin Trudeau, anexar a su país como el Estado 51 de la Unión Americana. Situación que, a la postre, costó la dimisión al titubeante mandatario canadiense.
Asimismo, en una anacrónica resurrección de la doctrina Monroe de 1823 – “América para los americanos”–, el magnate ha manifestado su intención por recuperar el control del Canal de Panamá, devuelto por Estados Unidos a ese país en 1999. Para esto, tomó como excusa el marcado temor por la expansión económica de China.
Además, ha expresado su interés para que Dinamarca le venda Groenlandia. Y no ha estado exento del uso de presiones económicas, con el objetivo de cumplir sus fines. E igualmente, dejó entrever el posible uso de la fuerza bélica.
Bajo el argumento de defender su seguridad interna y la probable amenaza de la invasión de potencias extranjeras en el hemisferio occidental, Trump deberá medir sus acciones en cuanto a la política exterior estadunidense se refiere.

En muchas naciones, lejos de despertar temores, Trump está alentando nacionalismos y posiciones patrióticas, como en Canadá y Groenlandia, cuyos habitantes no les ha caído nada en gracia la piratería geopolítica del magnate, quien, por cierto, está sentenciado por graves delitos. Sobre estos últimos, gozará de inmunidad durante su mandato.
No puede negarse que la economía estadunidense es uno de los mercados más importantes del mundo. Sin embargo, un enfrentamiento con sus socios comerciales puede ser contraproducente. Por ejemplo, gravar con un 25 por ciento de aranceles a las importaciones canadienses o mexicanas produciría en automático un proceso inflacionario, el cual impactaría de manera directa a los consumidores estadunidenses.
Si se considera que Estados Unidos importa de Canadá aproximadamente el 60 por ciento del petróleo que requiere para su mercado interno, y que las exportaciones representan casi 2 mil millones de dólares en bienes y servicios, puede entenderse que, fuera del ámbito de las bravuconadas de Trump, el tema es delicado para los intereses de los empresarios estadunidenses.
De igual forma, el magnate ha amenazado a México con deportaciones masivas de nuestros connacionales. Sin embargo, las cifras registradas durante su primer periodo presidencial apuntan a que sabe dónde le aprieta el zapato a la economía de su país. La misma depende en buena medida de la riqueza que generan los migrantes mexicanos.
La presidenta Claudia Sheinbaum dio cifras contundentes de la aportación de las trabajadoras y trabajadores mexicanos en Estados Unidos. Durante el pasado año, enviaron remesas a México por 65 mil millones de dólares, el 20 por ciento del total que generan a la propia economía estadunidense vía ahorro, consumo e impuestos.
Y, en la preparación de su plan de contingencia en caso de deportaciones masivas, el gobierno mexicano –y su equipo consular en Estados Unidos– dieron a conocer interesantes datos estadísticos sobre las deportaciones realizadas por los presidentes estadunidenses.
Bill Clinton encabeza la lista. En ocho años de gobierno (1993-2001), deportó a 7 millones 447 mil migrantes; seguido de George W Bush (2001-2009), quien sumó 4 millones 653 mil deportaciones. También, en cuatro años, Joe Biden repatrió 891 mil 503 connacionales. Y, dato curioso, en el primer periodo de Donald Trump, con todo y su aparatoso muro, sólo se registraron 766 mil 55 casos.
Esto demuestra que, tras el discurso racista y de odio del magnate, se esconde su plena conciencia de que la mano de obra de calidad y barata de miles de migrantes hizo posible la construcción de gran parte de su fortuna y de muchos de sus edificios. De ésta, depende de igual manera buena parte de las ganancias de agricultores y prestadores de servicios de Estados Unidos.
La pregunta que Trump y su gabinete deben hacer a los empresarios y agricultores estadunidenses es si están de acuerdo con jalar del gatillo en el asunto de las deportaciones masivas. Además, si de hacer contrapeso al crecimiento de la economía China se refiere, Washington estaría ocasionando un grave daño a los capitales trasnacionales invertidos en México, al tener la oportunidad del nearshoring para abatir costos de producción.
Un asedio frontal con países pequeños del continente podría hacer que volvieran la vista y sus intereses comerciales a China. Además, haría peligrar la permanencia de sus bases militares, tal como ya lo advirtió la presidenta de Honduras, Xiomara Castro, quien advirtió que “frente a una actitud hostil de expulsión masiva a nuestros hermanos, tendríamos que considerar un cambio en nuestras políticas de cooperación con Estados Unidos, especialmente en el campo militar en el que sin pagar un centavo, por décadas mantienen bases militares en nuestro territorio, que, en este caso, perderían toda la razón de existir en Honduras”.
En su obsesión por reeditar la obsoleta piratería neocolonialista estadunidense, Trump corre el riesgo no sólo de poner en riesgo a sus socios comerciales, sino de perder aliados.
Martín Esparza Flores*
*Secretario general del Sindicato Mexicano de Electricistas
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