En México, y a pesar de los recientes esfuerzos por preservarlas, las lenguas indígenas se enfilan a su extinción: el 40 por ciento ya no se transmite entre generaciones, lo que significa que miles de infantes crecerán sin conocer la cosmovisión que dio sentido a sus abuelos y abuelas. Detrás de esa pérdida cultural hay olvido, racismo y discriminación. Además, hay un proceso violento de castellanización que aún opera en escuelas, oficinas de gobierno, medios de comunicación y en la vida cotidiana de quienes habitan el país
Proveniente de la comunidad de Huejutla de Reyes, Hidalgo, desde que Solanx Esther se mudó al Estado de México su lengua materna –variante del náhuatl conocida como familia yuto-nahua– quedó silenciada. Aunque en esa entidad la población indígena asciende a 417 mil 603 habitantes, tras más de seis años de habitar ahí, la joven asegura que hablar su lengua materna “no sirve de nada”.
Solanx Esther no se refiere a que haya pocos hablantes con quienes comunicarse, sino a la discriminación que experimenta cada vez que lo hace. Pues es objeto de comentarios despectivos y burlas, y que por su frecuencia, observa que estas agresiones son “normales”.
La más reciente Encuesta Nacional sobre Discriminación (Enadis) del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), que data de 2022, indica que el 28 por ciento de la población indígena con 12 años y más manifestó haber sido víctima de discriminación. De este grupo, alrededor del 31.4 por ciento señaló que el motivo fue hablar su lengua materna. De acuerdo con esos datos, los ámbitos más frecuentes de rechazo son el trabajo, la escuela, la calle, el transporte público, oficinas de gobierno, e incluso en servicios médicos.
Esos entornos fuerzan a las personas a comunicarse en castellano. Esto ocurre a pesar de que más de 7 millones de personas tienen una lengua materna distinta al español. Asimismo, en el país, se hablan 68 lenguas indígenas y más de 250 variantes dialectales. Muchos de ellos son prácticamente obligados a silenciar su lengua, para adaptarse a un entorno que no toma en cuenta su idioma o de plano lo excluye.
“Mi abuelita habla muy bien en náhuatl. Y pues yo como ya lo voy perdiendo, antes era muchísimo más fácil. Pero ahora ya no, porque la mayoría de la gente habla español, pues yo me voy comunicando mejor con las demás personas en ese idioma, el español”, narra Solanx Esther.
Aunque aún entiende gran parte del náhuatl, la lengua que su abuela le enseñó a su madre y ésta a ella, hoy le resulta cada vez más ajena. Desde que se mudó, ya no la usa en la escuela ni con sus amigos, ni al nombrar las cosas cotidianas. Así, poco a poco, su mundo se traduce únicamente al español.
––¿Y a ti qué idioma te gusta hablar más, el náhuatl o el español?
––El español… no sé, siento que mi comunicación es mucho más fácil.
––¿Y en un futuro, te gustaría enseñarles a tus hijos a hablar tu lengua materna?
––No. Yo creo que es innecesario.
México enfrenta una tasa acelerada de pérdida de lenguas originarias
Para los investigadores en sociología Patricio Solís e Iván Alcántara, entre las principales razones por las cuales las lenguas originarias están en peligro de extinción están “las relaciones asimétricas de poder que vinculan la pertenencia a pueblos indígenas con la exclusión social”. Ello, debido a que enfrentan múltiples barreras sociales; además, son víctimas de una constante discriminación.
Al analizar la pérdida intergeneracional de las lenguas originarias, ambos autores encontraron que, el 39.8 por ciento de los hijos de madres de pueblos originarios, ya no hablan la lengua.
Es decir, dos de cada cinco niñas y niños perderán ese vínculo lingüístico entre generaciones. En contraste, en el caso del español, la tasa de pérdida intergeneracional es del 0 por ciento, lo que indica una transmisión completa y continua de esta lengua.
Las dos lenguas con mayor número de hablantes, el náhuatl y el maya, tienen porcentajes de pérdida mayores al promedio nacional.
“De hecho, luego del otomí, que tiene un porcentaje de pérdida intergeneracional del 71.1 por ciento, el maya es la lengua con mayor porcentaje de pérdida: prácticamente dos de cada tres (65.8 por ciento) hijos e hijas de madres mayahablantes ya no hablan esta lengua. Estos porcentajes tan altos de pérdida implicaría caídas muy importantes en el número de hablantes en el transcurso de las próximas décadas”, explican Solis y Alcántara en su publicación Las oportunidades son en español: pérdida intergeneracional de las lenguas indígenas y bienestar social en México.
Sin embargo, el retroceso lingüístico se vuelve aún más evidente cuando se analiza en perspectiva histórica. De acuerdo con la subsecretaría de Ciencias, Humanidades, Tecnología e Innovación (SECIHTI), Violeta Vázquez Rojas, en 1900, el 15.4 por ciento de los mexicanos hablaba alguna lengua indígena. Y para 2020, ese porcentaje había descendido al 6.2 por ciento. Esto representa una pérdida drástica en poco más de un siglo.
“Esto se debe a que las nuevas generaciones ya no adquieren las lenguas de sus madres y sus padres, sino que estas se van sucesivamente desplazando a favor del español. […] Incluso, hay lenguas que tienen tasas de pérdida del 100 por ciento; es decir, que ya las nuevas generaciones no están hablando y no hay nueva generación para transmitir la lengua. Es el caso de muchas lenguas yumanas como el kumiai y el paipai”, declaró Violeta Vázquez en la conferencia presidencial del 21 de febrero.
Aunado a ello, advirtió que incluso lenguas con un gran número de hablantes enfrentan altas tasas de pérdida, las cuales ponen en riesgo su continuidad generacional. “¿Y por qué desaparecen las lenguas indígenas? Bueno, la pregunta sería: ¿Quién va a querer transmitir a sus hijos una lengua que puede someterlos a algún acto de discriminación?”.

La discriminación detrás del silencio lingüístico
Con apenas seis años, Ana Petrolina comenzó a padecer de discriminación por hablar su lengua materna: el zapoteco. Ella recuerda que esta situación comenzó en el aula, cuando su maestra advirtió al grupo: “En este salón, no se habla zapoteco, sólo español”.
“Nosotros por tener una comunicación entre los compañeros, nos hablábamos en zapoteco, pero siempre era esta llamada de atención del por qué lo hacíamos en el aula o en la institución. Esto es en la primaria. Cuando salgo de la primera, me voy a la secundaria en Tlacolula, y ahí es cuando me doy cuenta que no soy igual que las personas que ahí estudian; como que aquí empieza esta separación de las personas, que dicen ‘tú vienes de comunidad, tú por x o y características, no puede ser igual que nosotros’”, indica para Contralínea.
Vestida con enaguas y huipil, Ana comparte su historia que aún le agrieta su voz: la del bullying, el acoso y la discriminación que sufrió por hablar su lengua materna. Hoy, porta con orgullo su vestimenta tradicional y alza la voz para defender a su “gente de la nube”, término que es usado para referirse a quienes, como ella, sueñan, piensan y resisten en su idioma.
Los sociólogos Patricio Solis e Iván Alcántara explican que el aprendizaje de la lengua materna es una parte fundamental del crecimiento, particularmente entre los tres y los siete años de edad.
Igualmente, puntualizan que este proceso puede “estar influido por agentes externos al núcleo familiar”, como la escuela y el entorno comunitario; así como condiciones sociales más amplias; por ejemplo, la desigualdad de oportunidades y la discriminación.
En sus investigaciones, los sociólogos advierten una tendencia alarmante: mientras mayor es el nivel socioeconómico y educativo de la madre, menor es la probabilidad de que la lengua materna sea transmitida a sus hijos.
Un patrón similar es la escolaridad de los infantes; quienes asisten a la escuela tienden a no hablar la lengua de sus progenitoras, debido a una dinámica que denominan como “asociación perversa” entre la pobreza y la supervivencia lingüística; es decir, quienes logran mejorar sus condiciones de vida, en gran medida a través del acceso a la educación, abandonan su lengua.
Para la activista hablante de lengua zapoteca, Geraldina López Curiel, dichos estudios no están muy alejados de las vivencias que ha padecido durante su vida; primero como estudiante, luego, como maestra.
“Acá te das cuenta, estás estudiando y sabes cuál es el objetivo de este estudio, hablar español y comunicarte en español. Nunca te enseñan la importancia de hablar y aprender a escribir tu lengua materna. Nunca te lo enseñan, siempre es español y especialízate en español, que sea tu única lengua. Es lo que te enseñan acá. Sin embargo, nunca te dan esa importancia, ¿no? No, no te lo inculcan y nunca te han dicho: ‘no, es que debes de priorizar tu lengua materna porque te va a dar oportunidades’. Al contrario, si tú hablas tu lengua materna es que no tienes oportunidades acá”, explica a Contralínea.
–– ¿Consideras que el zapoteco se está perdiendo en tu comunidad?
–– Lamentablemente, a lo mejor no en un nivel tan grande como en otras comunidades, pero sí. La mayoría de los padres jóvenes que están ahorita con hijos en edad preescolar son los de la generación de Ana; los que vivieron esa parte de que “no hables zapoteco, puro español”, y ahorita optaron por ya no enseñarle el zapoteco a sus hijos. Yo lo viví, porque estuve dando mis prácticas en el preescolar. Yo decía, “no, es que yo sí hablo zapoteco y yo me llamo así, y ya me presentaba en zapoteco”. Los niños se quedaban como: “¿De qué me estás hablando? Si los maestros no hablan zapoteco, los maestros hablan en español”. Y fue entonces donde yo me doy cuenta que la problemática está ahí, que los niños ya no hablan zapoteco y no les interesa. Y es donde nace la inquietud de crear materiales que favorezcan a que los niños aprendan el zapoteco para que no se pierda.
En este mismo sentido, la escritora, traductora y activista ayuujk (mixe) Yásnaya Elena Aguilar Gil, ha sido enfática al señalar que “las lenguas indígenas no mueren solas, las matan”. Al menos, así lo denunció en tribuna de la Cámara de Diputados, al señalar que la desaparición de las lenguas indígenas no es un proceso natural, sino la consecuencia directa de políticas y prácticas estructurales que históricamente han marginado a los pueblos indígenas y sus formas de vida.
“Aún cuando recién ahora han cambiado las leyes, nuestras lenguas continúan siendo discriminadas dentro del sistema educativo, dentro del sistema judicial y dentro del sistema de salud. Nuestras lenguas no mueren solas, a nuestras lenguas las matan. A nuestras lenguas las matan también cuando no se respetan nuestros territorios; cuando venden y concesionan nuestras tierras; cuando las consultas sobre si queremos que sus proyectos se realicen en nuestros territorios no se llevan a cabo de manera adecuada. A nuestras lenguas las matan cuando asesinan a quienes defienden nuestras tierras como ha sucedido siempre”, acusa.

El impacto de la castellanización en la desaparición de lenguas indígenas en México
La castellanización es un proceso sociolingüístico mediante el cual un número creciente de personas adopta el uso del español como lengua principal. En este sentido, el investigador por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Óscar Rafael Uribe Villegas, destacó que este fenómeno tiene una “relevancia” particular en el contexto de la construcción estatal, debido a que “saber el castellano, así sea sólo en forma oral-auditiva, representa un mínimo indispensable para la comunicabilidad entre quienes habitan este territorio”.
En México, el proceso de castellanización tiene sus raíces coloniales y se instauró desde la Conquista Española, como una forma de imposición cultural y lingüística sobre los pueblos originarios.
A partir de 1550, la Corona Española dispuso ordenar la enseñanza del castellano a los pueblos indígenas de la Nueva España. La razón principal, según las cédulas reales de la época, “se debía a la convicción de que las lenguas indígenas no eran suficientemente precisas para explicar bien y con propiedad los misterios de la Santa Fe Católica”, explica la académica mexicana, Dorothy Tank de Estrada.
Más adelante, a mediados del siglo XVIII (siglo de las luces), el impulso de la castellanización entre los pueblos indígenas fue promovido en la Nueva España por cuestiones políticas.
Según explica la autora Tank de Estrada, el arzobispo Manuel Rubio y Salinas promovió la enseñanza del español como parte de una estrategia, con el objetivo de ejercer mayor control político y administrativo sobre los pueblos originarios.
Para la lingüista María Bono López, los indígenas comenzaron a aprender el castellano como medio para “adquirir conocimientos técnicos y científicos” y “alcanzar el progreso”.
Incluso en los primeros años de la vida independiente de México, que se caracterizó por un cambio político profundo, los primeros legisladores “relegaron a un segundo plano el ‘problema étnico’, y los indígenas permanecieron marginados, aunque no de modo intencional, por su aislamiento y por su desconocimiento del idioma general de la nueva nación, el idioma de los criollos: el español”.
De acuerdo con los datos presentados por la activista Yásnaya Elena Aguilar, en 1820, el 65 por ciento de la población hablaba una lengua indígena, por lo que el español era una lengua minoritaria, cuando se creó el Estado mexicano. Y ahora, en la actualidad, los hablantes son alrededor del 6.5 por ciento.
En este tenor, la activista Geraldina López Curiel, hablante de lengua zapoteca, explica a este semanario cómo la castellanización ha invadido los espacios del Estado. Ha dejado rezagadas a las personas que no hablan o entienden el español. Desde su experiencia como integrante de una asamblea ejidal, relata:
“Yo tengo un cargo también en los ejidatarios, ahí hay dos señoras que de plano no hablan nada de español. No hablan, no entienden y no escriben porque no fueron a la escuela y los comentarios que me hacen es que ‘ay Esmeralda, hay quien como tú que estudiaste, tú dinos, tú no nos dejes porque por ti vamos a hacer esto, por ti les digo no se preocupe’. Yo les ayudo, les digo que vamos a hacer, y tienen muchísima iniciativa en el trabajo, pero así el hecho de que no entiendan y no hablen o no sepan escribir en español las limita demasiado”.
Además de este relato, Geraldina, describe las memorias de un pasado marcado por una discriminación estructural. “Nosotras estamos tan acostumbradas a hablar nuestra lengua originaria que al lugar que vayamos estamos platicando en nuestra lengua, porque se nos hace más cómodo y nos expresamos más rápido. Y sí hemos recibido esas miradas, incluso hay gente que nos dice: ‘No, aquí hablan puro español”. […] Recuerdo que en una ocasión veníamos con nuestra sobrina y ahí en un autobús platicando, la señora se nos quedó viendo feo y nos decían: ‘Ay, ¿para qué vienen?’ Pero, al final, uno se acostumbra”.
La extinción de lenguas indígenas arrasa con las cosmovisiones ancestrales
Cada lengua es un umbral hacia la cosmovisión de los pueblos que la hablan. A través de ella, se transmiten formas singulares de percibir y entender el mundo, lo que permite una relación única con el entorno y con aquello que se nombra.
Por eso, cuando una desaparece, no sólo se pierde una manera de ver la vida: se desvanece un legado de saberes, costumbres, afectos y percepciones. Con ello, se vulnera un derecho humano fundamental: hablar la lengua materna. No obstante, para quienes hablamos español, esta amenaza rara vez se percibe; en cambio, para los pueblos indígenas ha sido una lucha constante.
––¿Cuál consideras que sean las diferencias más importantes entre una lengua y otra? Es decir, como hablante del español y del zapoteco.
–– El tono, el tono y la profundidad de las palabras.
Geraldina López Curiel proviene de la comunidad de San Lucas, Oaxaca, donde la mayoría de sus habitantes habla zapoteco. A pesar de que lleva varios años habitando entre dos mundos lingüísticos, ella prefiere su lengua materna por la profundidad de las palabras.
“En español, yo puedo decir ‘a mí me gusta una pelota’. Y así lo digo, así nada más. Pero en zapoteco el hecho de decir ‘gustar’ es una palabra muy profunda, porque está compuesta de dos raíces: ‘riu’ que es entrar y ‘laxe’ de alma. Entonces, si yo junto las dos palabras sería: ‘entras en mi alma’. Y en español no es lo mismo decir, ‘a mí me gusta la pelota’, porque es un verbo. En cambio, en zapoteco digo ‘me gusta’ y estoy diciendo que en realidad esto entra en mi alma”, explica a este semanario.
Asimismo, Geraldina señala que lo mismo aplica para la palabra “recuerdo”, que en zapoteco sus raíces lingüísticas provienen de “rna” que es dolor y “laz” de alma. “Y dándole una oración decía, ‘me duele mi alma de que no estés aquí’. Y pues en español no, no dice lo mismo”.
El lenguaje es colectivo y la lengua, sobre todo, memoria, indica el poeta de la lengua hñähñu de la variante del Valle del Mezquital, Xico Jaén, en entrevista a Contralínea.
“En el caso de la lengua hñähñu, existe otra razón de ser, a partir de la memoria y la memoria colectiva. La memoria colectiva es importante, porque nosotros nombramos las cosas o las realidades, pero esas tienen un significado profundo y permanecen de generación en generación; y eso lo hace único. La lengua hñähñu desde sus cosmovisiones, su cosmogonía tiene una realidad exquisita, a veces muy mística también, que le da sentido precisamente al rumbo de vida que tiene la comunidad. Le da dirección a la vida comunitaria y eso es importante”.
Para el doctor Dionicio Toledo Hernández, originario del pueblo Maya Tseltal, la relación entre el hombre y la naturaleza se ha ido transformando con el paso del tiempo, “principalmente con la introducción de elementos culturales ajenos que han cambiado la mentalidad”, por lo que se ha modificado la forma de supervivencia, de ver la vida y a la naturaleza.
“Estos cambios se han dado sobre todo en los jóvenes, que han migrado de la comunidad, ya que la educación que reciben en la escuela cambia la forma de percibir el mundo; se ha desvalorizado la cosmovisión del origen del mundo. A raíz de esto, se ha tratado que la población adulta oriente a los jóvenes, y se propicie el surgimiento de proyectos educativos que partan de conocimientos propios, que favorezcan procesos de desarrollo integral, en lo individual y en lo comunitario; es decir una educación integradora que contemple los ámbitos culturales y contextuales de las comunidades”, escribió en su publicación: Nuestras raíces, nuestras cosmovisiones.

Preservar las lenguas indígenas es un acto de justicia
Tras varios siglos de resistencia, las lenguas indígenas aún susurran al viento en territorio mexicano. Esta lucha ha permitido que aún se nombren elementos de la cotidianidad: en akateko, amuzgo, awakateko, ayapaneco, cora, cucapá, cuicateco, chatino, chichimeco jonaz, chinanteco, chocholteco, chontal de Oaxaca. También, en chontal de Tabasco.
O en chuj, ch’ol, guarijío, huasteco, huave, huichol, ixcateco, ixil, jakalteko, kaqchikel, kickapoo, kiliwa, kumiai, ku’ahl, k’ichie’, lacandón, mam, matlatzinca, maya, mayo, mazahua, mazateco, mixe, mixteco, náhuatl, oluteco, otomí, paipai, pame, pápago, pima, popoloca, popoluca de la Sierra.
De igual manera, en qato’k, Q’anjob’al, Q’eqchi’, sayulteco, seri, tarahumara, tarasco, Teko, tepehua, tepehuano del norte, tepehuano del sur. Y texistepequeño, tlahuica, tlapaneco, tojolabal, totonaco, triqui, tseltal, tsotsil, yaqui, zapoteco y zoque.
Sin embargo, los hablantes coinciden en que es urgente que el Estado impulse políticas públicas enfocadas a la institucionalización de las lenguas originarias.
Esta demanda no sólo responde a una necesidad cultural, sino también se ha convertido en consigna y estandarte de reformas pendientes, las cuales buscan garantizar los derechos de los pueblos indígenas y afrodescendientes.
En este contexto, el poeta de hñähñu Xico Jaén destaca los recientes avances legislativos, particularmente la reforma al artículo 2 constitucional que reconoce a las 68 lenguas indígenas de México como nacionales, al mismo nivel que el español.
No obstante, remarca que este reconocimiento debe ampliarse y traducirse en políticas públicas concretas que promuevan la preservación y combatan la discriminación estructural que persiste hacia quienes las hablan.
“Creo que primero considerar con toda realidad que nuestras lenguas originales en el país son lenguas minorizadas o son lenguas desplazadas, y eso implica un esfuerzo de manera conjunta. Si bien la Constitución Política o la Ley General de Derechos de los Pueblos Indígenas tiene como una forma de actuar a través de las políticas públicas, también implica la responsabilidad de la comunidad.
No, nada más que acontezca la ley o que se dé a conocer la ley o los derechos, sino que la comunidad en su interior o en el corazón de la comunidad, los hablantes tengan una responsabilidad también de modo que puedan promover y revitalizar, volver a dar vida, difundir, resguardar nidos de lengua y que puedan ser una realidad”, comenta a Contralínea.
Con ello, señala que los gobiernos deben dar importancia para que se generen estrategias. “Hacen falta mayor conciencia, por eso es que decía que sí hace falta esta estadística y estos números que nos digan a través de una prospectiva, cuál es el futuro de la lengua, cómo se van dando y cómo en nuevas generaciones también va a ir mermando si no se actúa de manera consciente y oportuna. Por eso es que la ley tiene como su razón de ser, pero también la responsabilidad desde la comunidad, desde el seno familiar, cómo poder abordar esta problemática”.
––En su comodidad, ¿considera que las nuevas generaciones ya no tienen tanta afinidad por su lengua materna o aún la abrazan?
–– No creo que la comunidad asuma como tal una de las prioridades conservar la lengua. Las nuevas generaciones no tienen este vínculo afectivo con la lengua como tal. Y yo considero, de manera personal, que la lengua en hñähñu siempre será otra manera de ver el mundo, de nombrar el mundo, las cosas, la realidad o los mismos sentimientos. Entonces, creo que las nuevas generaciones no alcanzan a darle importancia a todo lo que significa la lengua y toda la carga simbólica, llamémosle la misma cosmovisión o las cosmogonías, los mitos que hay en la lengua, los significados.
A pesar de la creación del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas en 2018 y de la aprobación de reformas clave como la Ley Federal de Derechos de Autor para proteger las obras colectivas de las culturas populares; la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión que permite a las comunidades indígenas transmitir en sus lenguas originarias; la Ley General de Consulta de los Pueblos y Comunidades Indígenas y Afromexicanas, y la reforma al artículo segundo constitucional que reconoce a las 68 lenguas indígenas, las lenguas indígenas siguen encaminadas hacia la extinción.
En este contexto, la Secretaría de Ciencias, Humanidades, Tecnología e Innovación (SECIHTI) ha anunciado que impulsará políticas de planificación lingüística con el objetivo de revertir el desplazamiento lingüístico, además de que contempla el desarrollo de proyectos estratégicos de investigación que permitan identificar desde las propias comunidades, los factores que frenan la transmisión intergeneracional de las lenguas y obstaculizan el acceso efectivo a los derechos lingüísticos.
Pero, frente a este panorama, la pregunta persiste. ¿Serán suficientes las recientes estrategias gubernamentales para enfrentar las estadísticas que indican que el 40 por ciento de las lenguas indígenas ya no se transmitirán a las nuevas generaciones?
Porque si no se logra contener esta tendencia, miles de niñas y niños crecerán sin conocer el mundo que dio sentido a sus abuelos, ni la cosmovisión que, durante siglos, ha guiado la manera en que sus pueblos se relacionan con la vida y el territorio.
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